lunes, 21 de noviembre de 2011
Meada por los perros
Una mañana de hace casi un mes, cuando me disponía a cargar el lavarropas, me desayuné con la triste noticia de que mi viejo amigo tenía un desperfecto: se habían desencajado las bisagras y la puerta del tambor no cerraba.
Llamé al técnico oficial al que llamaba siempre, me explicó que se lo tenían que llevar para cambiar la puerta, que salía... bastante, pero que lo podía pagar con tarjeta en dos cuotas y que en 5 días, como máximo, estaría de vuelta.
Obviamente, los días pasaron y nada. Ni me llamaban ni aparecían. Llamé infinidad de veces, pero si el técnico no había bajado por una diligencia, estaba almorzando o tenía el interno ocupado. Finalmente le gané por cansancio. Y me explicó que por problemas de importación, los repuestos no entran al país, de manera que me ofrecían un repuesto usado en buen estado y con garantía. Ok, dije. Nuevamente pasaron los días y ni llamaban ni aparecían. Al técnico otra vez fue imposible encontrarlo por bastante tiempo. Hasta que apareció. Y me explicó que no tenían tampoco el repuesto usado. Me ofreció un plan canje. Mi lavarropas usado más una suma de dinero que simbolizaba el costo de un lavarropas nuevo. Pero sólo en dos cuotas.
Nuestros ingresos no nos permitieron aceptar el plan canje. Terminamos comprándolo hoy, más caro, pero en 24 cuotas mínimas, en una casa de electrodomésticos.
De todas formas, pedí que nos devolvieron a nuestro antiguo lavarropas. Después de todo, sólo tiene arruinada la puerta. Quizás pueda venderlo para desguace. Me dijo que va a tardar, que tienen que buscarlo, que no me lo va a querer comprar nadie... En fin, por el historial de esta gente, dudo que vuelva...
El lavarropas nuevo acaba de llegar. Por una módica suma (no tan módica...) el técnico que vino lo instaló. Pero al hacerlo, rompió el kohinoor... Lo miré con cara de terror. Y él a mí. "Pero ya no va a necesitar esto" me dijo. "Este aparato nuevo, deja la ropa seca". "Pero yo lo uso para la ropa que lavo a mano", me lamenté. "Pero no hace falta, en estos aparatos puedo poner cualquier tipo de ropa, que sale limpísima", me explicó. "Pero los cuellos de las camisas hay que fregarlos", seguí lamentándome... En fin, para ese momento, la cosa no daba para más. Me dijo que iba a ver si conseguía una tapa y me la traía. También dudo que vuelva...
¿Algo más?
domingo, 6 de noviembre de 2011
Discriminemos, que es gratis
El otro día fui a un negocio, en una galería cerca de casa, a comprar un saco para regalarle a mi mamá. Los colores que tenía la señora a la que le compro habitualmente, no me gustaban. Me sugirió que preguntara en el comercio de la entrada, que tenía sacos del mismo modelo. Y hacia allá fui.
Efectivamente, la señora (mayor) que me atendió tenía el color que buscaba. Le pagué y en el momento en que me daba la bolsa, se me ocurrió comentarle sobre la amabilidad de la otra señora, al recomendarme su negocio.
Grande fue mi impacto cuando escuché su respuesta: "Sí, es una señora muy amable, muy buena gente. Y eso que es judía, eh..."
Cri - Cri - Cri
viernes, 21 de octubre de 2011
Avisados estáis
El lugar: Subte D, Ciudad de Buenos Aires, en horas de la mañana, con todo lo que ello implica (léase, apretujones varios).
La anécdota: Me subí en la Estación Pueyrredón y me dirigía a la Estación Tribunales. Una vez adentro, la voz de la conductora se empieza a escuchar a través de los parlantes: "Por favor, cuiden sus pertenencias durante el viaje". Qué amabilidad, pensé. Pero no. A los cinco minutos, el speach se volvió a escuchar: "Por favor, cuiden sus pertenencias durante el viaje". Y así una y otra vez, "Por favor, cuiden sus pertenencias durante el viaje". Todos agarraban sus carteras, bolsos y portafolios y miraban al que estaba cerca, con cara de sospecha. Después de unas seis o siete veces de escuchar lo mismo, un señor parado al lado mío me explicó: "Esto pasa cuando el conductor ve subir a alguien a quien ya tienen marcado como punguista y da aviso para prevenir."
Digo yo, ¿no sería mejor colgar en los vagones un simpático cartelito que rece "La empresa ser reserva el derecho de admisión" y no permitir que suba? ¿O sería algo tomado como discriminación y el punguista elevaría una denuncia al Inadi? ¿Acaso los Casinos no lo hacen?
miércoles, 19 de octubre de 2011
¡Aviso!
Como la empresa donde trabajo me debía una semana de mis últimas vacaciones, por el cúmulo de trabajo no me la podía tomar y me venían bien unos manguitos extras, acordé cobrarla. Volví feliz a casa con unos pesitos de arriba en mi cartera.
A la semana... se descompuso el calefón. Ok, service, presupuesto onerosísimo y yo bastante contenta de tener ese dinero extra para cubrir el arreglo.
Hoy me levanté y descubrí que el lavarropas no funciona. Ya llamé al service, que prometió venir esta semana, previa información del costo por la visita, sin considerar el arreglo.
Por las dudas aviso: con esto se termina el dinero extra de esa semana de vacaciones. El año que viene, sea como sea, me las tomo. Basta, please.
martes, 18 de octubre de 2011
Creer o reventar
El otro día, en el gimnasio, unas señoras comentaban la experiencia que había vivido una amiga de ellas: haciendo aparatos sola, a las 7 de la mañana, en el piso de arriba, había visto... ¡un fantasma enfrente suyo! Según parece, era todo verde.
Algunas -las más miedosas- escucharon la anécdota con cara de susto. Otras -las incrédulas- nos mirábamos sonrientes. Claro, eso dio pie a muchos otros comentarios relacionados con el tema: "que cuando llega la recepcionista bien temprano escucha ruidos extraños", "que el gimnasio es una casa vieja reciclada y ahí vivía una familia que se ve que no terminó de irse", "que hay puertas misteriosas por las que nadie pasa y escaleras escondidas que nunca son usadas", etc.
Hasta aquí, lo que llamaría yo una simpática charla de gimnasio.
Lo turbio llegó después. Mi marido necesitaba renovar su cajón de ropa interior, así es que compré un calzoncillo caríííísimo, que lavé, colgué en el tender y, una vez seco, doblé y puse en la cima de una pila de ropa destinada a guardarse. Después de hacer algunas otras cosas en el hogar, grande fue mi asombro cuando volví a la mesa para tomar la pila de ropa para guardarla y noté que la nueva adquisición ya no estaba en la cima.
Desconfiando de mi memoria, revisé entre las otras prendas, en el piso, en el tender, en los placares, en el cajón de ropa interior... pero nada.
Han pasado cinco días desde aquel momento. Digo yo, ¿me habré traído del gimnasio al hombre de verde?
Y lo más importante, ¿para qué ¡!#$%/&* necesita un fantasma llevarse un calzoncillo?
sábado, 8 de octubre de 2011
Para el freezer
La última vez que fuimos al Cinemark Palermo, nos entregaron unos vouchers con descuentos. Uno, que era para usar los fines de semana, consistía en un par de entradas con dos packs de pochoclo al mismo precio que dos entradas comunes. Como es casi imposible conseguir entradas en ese cine para el mismo día fui hoy, sábado, para comprar las entradas para mañana, domingo. Todo perfecto, el voucher aceptado, salvo que cuando me entregan los tickets de compra, la empleada me indica, con suma amabilidad:
"Los vouchers para el pochoclo son para canjear en el día de la compra".
¿Será para que los guarde en el freezer hasta el día de la función?
¡Incoherentes!
Cosas de chicos
sábado, 3 de septiembre de 2011
Egoísmo II
Esperando que el semáforo nos diera paso en la esquina de Santa Fe y Pueyrredón, observamos absortos con mi marido los balcones del edificio de esa esquina, adornados con floridas y pequeñas macetas... ¡en el borde mismo del balcón!
¿No se les ocurrió pensar, a los dueños de ese departamento, que un viento fuerte podría tirar abajo alguna maceta y herir a un transeúnte? ¿O tal vez un codazo involuntario al regarlas? ¿O una paloma en pleno vuelo? ¿O un murciélago?
Si esto no es falta de consideración y de conciencia, le pega en el palo (esperemos que no en la maceta, por el bienestar de nuestras cabezas y de las de los vecinos que pasen por ahí).
jueves, 1 de septiembre de 2011
Egoísmo I
Vivir en departamento tiene sus ventajas: uno no se tiene que encargar de limpiar la vereda, ni de sacar la basura en los horarios pre establecidos y hasta se puede gozar de cierta seguridad al estar protegido, no tan "a mano" de la calle y sus peligros.
Pero... también tiene sus desventajas: ruidos molestos, música y lavarropas a cualquier hora, vecinos que gritan o caminan con tacos agujas de madrugada, chicos que juegan al basquet en el comedor sin importarles la gente que vive abajo (sí, exactamente esto, aunque no se pueda creer, nos pasa a nosotros), arreglos con martillos, sierras y otras máquinas hiper ruidosas durante las tardes de los fines de semana (esto también nos pasa), perros que no saben hacer otra cosa que ladrar, etc.
Pero si hay algo que odio es el egoísmo y la desidia con que algunos vecinos ignoran a sus prójimos y bajan a abrir la puerta de entrada -ya sea para recibir o despedir a un conocido o buscar el pedido del delivery- y, aunque se queden conversando el tiempo que sea, dejan la puerta del ascensor abierta. ¿Acaso hay gente que paga más expensas por el uso exclusivo del ascensor y yo no me enteré?
Lo peor de todo es que a veces bajo por escalera pensando en la sarta de insultos que les voy a dedicar cuando pase al lado de ellos y, al llegar a la planta baja, me encuentro con que ya subieron.
Los detesto.
sábado, 27 de agosto de 2011
Gente innecesaria
Hamlet Lima Quintana escribió:
Hay gente que con sólo decir una palabra
enciende la ilusión y los rosales
que con sólo sonreír, entre los ojos
nos invitan a viajar por otras zonas
y nos hacen recorrer toda la magia.
Hay gente que con sólo dar la mano
rompe la soledad, pone la mesa
sirve el puchero, coloca guirnaldas.
Que con sólo empuñar una guitarra
hace una sinfonía de entrecasa.
Hay gente que con sólo abrir la boca
llega hasta los confines del alma
alimenta una flor, inventa sueños
hace cantar al vino en las tinajas
y se queda después como si nada.
Y uno se va de novio con la vida
desterrando una muerte solitaria
pues sabe que a la vuelta de la esquina
Hay gente, que es asi.......tan necesaria.
Precioso. Pero el tema del post de hoy es justamente lo opuesto: la gente que vive despilfarrando agresiones, ironías de mal gusto, respuestas desubicadas, falta de respeto, aunque las mismas vengan acompañadas de una sonrisa.
Seguramente muchos conocerán algún ejemplar de este tipo. Yo también. Y necesitaba un lugar para explayarme porque de un tiempo a esta parte, el contacto con este personaje se viene haciendo demasiado cuesta arriba.
Se trata de alguien que siempre se cree superior a los demás, no hay nadie que sepa tanto como él (¿o ella?), todo lo que opinen los demás está errado, sus vivencias son superiores a las de los demás, quien no piensa como él (¿o ella?) no existe, se queja por cualquier insignificancia que considere una injusticia hacia su persona porque cree que todo debe pasar por él (¿o ella?) antes que por los demás, busca el más mínimo error en las actitudes de quienes lo (¿o la?) rodean, para hacer notar que él (¿o ella?) es perfecta... En fin, para él (¿o ella?) va dedicada la imagen del post de hoy.
Más que Hamlet Lima Quintana, Joan Manuel Serrat: "Entre esos tipos y yo, hay algo personal."
ASÍ, NO
Durante este segundo cuatrimestre del año, al pequeño de la familia le tocó cursar -entre otras materias- una los sábados a las 7 de la mañana. Pensando en que tiene un viaje considerable (unos 45 minutos), hay que levantarse un poco antes de las 6. Quizás seré una madre obsesiva, pero odio que se vayan sin mi saludo de los buenos días. Es más, él no se iría sin el saludo porque seguiría de viaje si no voy a despertarlo.
La cuestión es que de un tiempo a esta parte, los sábados ya no son lo que eran. Eso sí, cuando terminamos con el almuerzo, llega la calma. Y con ella, una buena siesta... que hoy se vio interrumpida por un llamado telefónico.
¿Quién puede ser el desubicado que llame a una casa de familia un sábado a la hora de la siesta (a eso de las 16)?" -pensé antes de atender el teléfono. No cabía en mi furia cuando escuché, del otro lado, una de esas monótonas voces repitiendo un texto memorizado: "Buenas tardes, hablo con la señora Andrea Zablotsky? La llamamos del Banco Piripipí para comentarle que por su buen comportamiento se le ha adjuicado un préstamo de..."
Obviamente que no pude despilfarrar mi acostumbrada cortesía, porque de la mente no me surgían más que insultos. Le expliqué, lo más tranquila posible, que no me interesaba ningún préstamo y que me parecía ridículo el día y horario que elegían para hacer promociones. "Es mi horario de trabajo" me respondió. Antes de cortarle, le contesté "Yo me levanto todos los sábados antes de las 6, así que no me interesa tu horario de trabajo. Lo que me interesa es que me borren de la base de datos y no vuelvan a llamarme más".
¿Les habrá quedado claro?
martes, 23 de agosto de 2011
En las buenas no, pero en las malas sí
No voy a descubrir América si cuento que mis dos vástagos, lejos de tener una relación armoniosa, suelen comunicarse de maneras... soeces, por ser un poco finos:
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Ella: ¿Podés bajar esa #%/*& música, que estoy estudiando?
Él: ¡Loca de #%/*&!
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Ella: ¡Te dije mil veces que no entres a mi cuarto para llevarte cosas mías! ¡Voy a ponerle llave!
Él: ¡Loca de #%/*&!
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Ella: ¿Podés dejar de tocar ese #%/*& piano, de una buena vez?
Él: ¡Loca de #%/*&!
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Ella: ¡Te dije mil veces que no batas la botella de Coca, #%/*& de #%/*&!
Él: ¡Loca de #%/*&!
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Pero ayer la vida me dio una sorpresa. Y confirmó lo que otras tantas veces: el diálogo cotidiano cambia cuando las papas queman.
Ella salía de trabajar a las 12 de la noche. Un par de horas antes, se cortó la luz en el edificio y en la cuadra. Y para colmo de males, las luces de emergencia de los palieres no funcionaban por falta de batería. La llamé por teléfono al trabajo para avisarle de la buena nueva y para preguntarle si, dadas las circunstancias, podía quedarse a dormir en otro lado. Pero no era posible.
Resultado: yo debería esperarla, despierta y vestida, a que llegara (un poco más tarde de las 12), para bajar y acompañarla a subir por las oscuras escaleras con una linterna. Le sugerí que viniera provista de una vela, pero su miedo no se lo permitió. Me resigné a esperarla y me fui al cuarto a aguardar su llamado avisando que ya estaba llegando. En ese momento, apareció él, su hermano, preguntando si ella volvía a casa esa noche. Cuando le conté que sí, automáticamente me dijo "Decile que me mande un mensaje cuando esté llegando así bajo a buscarla".
Una luz, en medio de tanta oscuridad...
martes, 16 de agosto de 2011
Otro diccionario a la derecha
martes, 9 de agosto de 2011
Un diccionario a la derecha
Sabido es que la mayoría de los argentinos alfabetizados tienen graves luchas con la ortografía. Desconozco si sucede lo mismo en otro s países. Pero yo me pregunto, ¿cómo puede ser que gente que se dedica a hacer publicidad o cartelería no sepa escribir correctamente o, al menos, no se le ocurra consultar al mataburros antes de pintar un cartel, toldo o similar?
El botón que basta para la muestra es la confitería de Ecuador esquina Paraguay.
viernes, 5 de agosto de 2011
Otro mundo
Por sugerencia de mi amiga Catalina, me arremango las mangas y paso a tipiar la apasionante experiencia que me significó haber vivido una tarde en un estudio de TV.
Desconozco los motivos que me llevaron a completar on line un formulario para participar en el segmento “Salven al millón” del programa de Susana Giménez. La cuestión es que, en poco tiempo, ese acto impulsivo se tradujo en un llamado telefónico invitándome, junto a mi marido, a realizar un casting que consistía en un simulacro de juego frente a una productora que nos filmaría y observaría nuestras reacciones.
La pasamos bárbaro, visitamos los estudios de Telefé, vimos gente que pensamos que sólo existe en la pantalla de nuestro televisor y volvimos con la satisfacción de habernos divertido un rato. Grande fue nuestra sorpresa cuando, a la semana, nos llamaron para avisarnos que habíamos sido elegidos y que teníamos que ir a grabar el programa ¡con la mismísima Su! el jueves de la semana siguiente. En el transcurso de esa semana nos llamaron para confirmar nuestra presencia, acordar horarios y darnos algunas indicaciones sobre la ropa que debíamos usar.
Llegó el jueves esperado, nos vestimos con “elegante sport” y llegamos a los estudios de Martínez con puntualidad inglesa. Nos recibieron hiper amablemente, conocimos a otras cinco parejas que grabarían con nosotros y nos condujeron al camarín, donde nos invitaron con un catering como almuerzo y nos fueron llamando de a poco a la sala de maquillaje y peluquería para ponernos más presentables y lograr cosas que desconocía que se podían hacer: ¡Mis pelos dejaron de tener frizz y la pelada de mi marido dejó de brillar!
Tres horas después de haber llegado, nos condujeron al estudio para grabar. Imponente. Muchos técnicos, productores, camarógrafos, gente que hablaba por parlantes o algo por el estilo, gente que corría, oscuridad, frío (según nos explicaron, a pesar del frío de Bs. As. en invierno, ahí se trabaja con aire acondicionado para que no se perjudiquen los equipos). Cuando todo estaba preparado minuciosamente, apareció ”ella”. Saludando a todo el mundo, la mar de simpática y muy profesional, se dirigió, escaleras arriba, al sitio donde se realiza el juego y desde ahí nos saludó.
A partir de ese momento, todo fue un ir y venir de participantes. Cada dos parejas, un alto para que Susana se cambiara la ropa (no olvidar que se estaban grabando distintos días del programa).
Cuando llegó nuestro turno, nos hicieron acercar a la escalinata, ahí llegaron las maquilladoras que "retocaron" nuestro maquillaje en medio de la oscuridad del estudio (y sin darse cuenta de que antes había pasado por el baño para sacarme el brillo labial, que al no estar acostumbrada a usar, me daba asco) y sendos técnicos nos colocaron los micrófonos de esos que se enganchan en la oreja. El procedimiento, que para ellos debía ser natural, a mí me perturbó. Sin pedir permiso, uno levantó mi cabello, enganchó el micrófono en mi oreja, metió su mano por debajo de mi blusa a la altura del cuello, extendió el cable que luego buscó por debajo de mi blusa, desde la cintura hacia arriba y terminó enganchando en un aparatito en la cintura de mi pantalón.
Ya todo estaba preparado. Lo único que faltaba era escuchar nuestros nombres y terminar de subir las escaleras (nos habían ubicado en la mitad del trayecto).
Lo demás es conocido, jugamos, perdimos y nos fuimos. Una productora nos había dicho que al terminar de jugar, uno queda “en shock” (nunca mejor empleada la palabra) y no sabe ni dónde está parado. Pero que no nos preocupáramos, porque entre “los Susanos” y los productores se encargarían de que llegáramos otra vez al piso de abajo. Dicho y hecho. Una vez en casa me di cuenta que ni siquiera noté el momento en que el sonidista volvió a meter sus manos por debajo de mi blusa para sacarme el micrófono.
No sé qué hubiera pasado si ganábamos algo, pero así como volvimos, con las manos vacías, igualmente teníamos un grado de excitación difícil de comparar. Como muestra, basta un botón: llegamos rendidos y sin fuerzas para preparar la cena. Decidimos cenar un café con leche. Cuando tomé la azucarera, noté que estaba vacía, de manera que agarré el frasco de azúcar y en lugar de volcar el azúcar dentro de la azucarera, lo hice dentro de la taza que esperaba por el café con leche…
No hay dudas de que no estoy preparada para ese mundo tan ajeno a mi rutina. Al menos, por ahora…
jueves, 4 de agosto de 2011
Credulidad vs. Incredulidad
Soy crédula por naturaleza. Si alguien me dice algo, lo creo. No encuentro razones para desconfiar. Será porque no vivo mintiendo. O porque no acostumbro a dar vueltas para decir las cosas.
Es por eso que detesto a la gente que, tras enterarse de algo, desconfía por el sólo gusto de desconfiar.
Me pasa seguido con mi socia. La última ocasión fue a raíz de nuestro intento por publicar en una revista barrial un aviso de AgilMente, nuestros Talleres de Gimnasia Mental para Adultos. No había lugar en tapa, de manera que optamos por aparecer en el interior. A último momento, la persona encargada de la revista nos llamó para decirnos que había grandes posibilidades de que nuestro aviso puediese aparecer en tapa. "Qué suerte", pensé yo. "Siempre hubo lugar", pensó ella. ¿Por qué no creer?
En otras ocasiones, llama gente para averiguar las características del taller. "Dijo que tal vez pase esta semana a conocernos", suelo decir yo. "Llamó para copiar nuestro proyecto", suele pensar ella. ¿Por qué no creer?
La semana pasada fuimos a jugar al Juego del Millón de Susana Giménez con mi marido. Perdimos. Pero dio la casualidad de que pudimos presenciar el momento en que una pareja de participantes se alzó con el millón. Cuando lo empecé a comentar, impresionada por lo que sabía el hombre que participó, la mayoría de la gente me respondía "Estaba arreglado". ¿Por qué no creer?
El mismo episodio generó un sinfín de desconfianzas en los medios. Que lo habían grabado muchos meses antes pero eligieron pasarlo ese día para aumentar el rating del programa que salía, que les dieron las respuestas de antemano, que las preguntas eran más fáciles. ¡Pero yo lo presencié! ¡No hubo nada de eso! ¿Por qué no creer?
En fin... divagaciones de una tarde de domingo...
lunes, 16 de mayo de 2011
¿Estamos mejor?
Hace unos días tuve oportunidad de ir a ver el espectáculo "Ópera Pampa" en La Rural; un musical sobre los tiempos de la Revolución de Mayo, con caballos y luchas. Al mostrar el cotidiano de la época, pasaban canturreando los pregoneros, mientras ofrecían leche, pescado, velas, agua, etc.
Si hay algo que odio es ir al supermercado los lunes a hacer la compra semanal. Se pierde tanto tiempo... Y después, cuando llega el pedido a casa, hay que ordenar todo... Too much.
Mientras miraba el espectáculo pensaba "Qué vida cómoda la de las amas de casa de antaño. No sólo no tenían que hacer las compras sino que les llevaban todo a domicilio y les avisaban desde afuera para que ellas decidieran si necesitaban algo o no. Ni siquiera preocuparse por hacer el pedido telefónicamente o vía Internet. Un lujo, ¿no?
domingo, 24 de abril de 2011
"Porque te quiero"
viernes, 1 de abril de 2011
Vueltas y más vueltas
Durante este año, con mi hijo menor estrenando carnet universitario, hay en casa un nuevo integrante de la lista de usuarios de monedas.
Como ya es sabido, los bancos "siempre al servicio del cliente" que gastan saliva y llamadas -mientras molestan- en ofrecer beneficios y tarjetas, nunca tienen monedas para cambiar. Y si las tienen, son ínfimas.
Por tal razón, me sugirieron que comprara la tarjeta "Monedero", en la que podríamos cargar dinero y usar para viajar, tanto en subtes como en colectivos. Claro, la cosa no era tan sencilla. La entregan en algunas estaciones de subte y en estos momentos, no hay. Volverán a distribuirlas dentro de un mes. Mientras tanto, ajo y agua (ajo... derse y agua... ntarse).
En medio de la rabia, nos llegó otra propuesta. En las oficinas de los correos entregan la tarjeta "Sube", que se carga en las ventanillas de subtes y sirve para iguales fines.
Esta mañana, después de esperar ¡28 números! llegué a la ventanilla y la pedí. Me pidieron el documento porque me explicaron que es una tarjeta personal. "¿La puede usar mi hijo?" -pregunté. "¿Es menor de edad?" -me respondió la empleada. "Tiene 18" -le contesté. "Entonces tiene que venir él personalmente con su documento y firmar" creo que contestó (porque la voz llegaba hacia afuera de la ventanilla a través de un micrófono que se entrecortaba y por lo cual tuve que preguntar varias veces "¿Cómo?" a cada respuesta de la empleada).
Al lado mío, un señor se retiraba con la tarjeta "Sube" en su poder. Observé que sólo tenía algunos números en el frente. "Pero ¿cómo? ¿No lleva el nombre y apellido del titular?" -pregunté a la empleada. "No" -me respondió. "¡Pero entonces la puedo sacar a mi nombre y prestársela!" -deduje en voz alta. "Ah, bueno, si usted se la quiere prestar..." -fue su respuesta...
Agghhh...... La empleada pública de Gasalla, al lado de ésta, un poroto...
miércoles, 23 de marzo de 2011
Boquiabiertos
Hace un tiempo, la pizzería de nuestro barrio cambió de dueños y de nombre. Ahora se llama "Kentucky". Su slogan dice "Desde 1942 la mejor pizza". Y hay unas ofertas tentadoras. La que solemos elegir nosotros para llevar a casa es una grande de muzzarella, dos porciones de faina y una gaseosa de litro y medio a $30.
El otro día fuimos con mi media naranja a cenar ahí. Grande fue la sorpresa cuando, al pedir una pizza y una bebida de litro y medio (sí, llevan a las mesas gaseosas tamaño familiar), el mozo nos avisó "Sale $27. ¿La quiere igual?" En un primer momento pensamos que se refería a la pizza. Pero no, más tarde nos aclaró que la gaseosa de litro y medio llevada a la mesa cuesta $27.
Quedamos boquiabiertos. No era para menos, ¿no?
lunes, 14 de marzo de 2011
Ladrones
Esto viene a cuento del post anterior, que hablaba de estafas.
Rara vez caigo en aceptar promociones u ofertas varias que me ofrecen telefónicamente. Pero hace un par de meses me pareció interesante la promoción "Elegí cuando" que me ofreció una cordial operadora de Telecom.
Yo debía elegir una franja horaria y ellos me hacían descuentos en las llamadas interurbanas realizadas en ese horario. Mi socia vive en Pilar, de manera que era una interesante promoción para aceptar y ahorrar en las llamadas que le hiciera.
A partir de ahí, y contrariamente a lo que esperaba, las facturas comenzaron a llegar más saladas. Hoy, después de llamar al servicio al cliente, me enteré de la razón: la cordial operadora que me había llamado, omitió explicarme que la promoción tenía un costo, que yo estuve abonando desde que la acepte.
ESO NO SE HACE.
domingo, 13 de marzo de 2011
Los Simpsons y la luna de papel
Mi relación con los Simpsons es especial. Me resultan graciosos y de un humor inteligente, pero creo que sólo vi un capítulo completo en toda mi vida. Y muchas veces he pasado por la habitación de mi hijo y descubrí que, si estaban pasando los Simpsons, era justamente ese capítulo el que daban (para más detalles, Homero pierde un dedo y el episodio gira en torno al cuidado que pone para llevarlo al hospital a que se lo vuelvan a ubicar en su lugar).
Me gusta cuando hacen referencias a temas de la actualidad o mencionan cosas del pasado. De paso, los pibes se enteran de cosas que de otra manera les costaría más enterarse.
El otro día mi hijo me llamó para que fuera a ver un episodio en el que Homero y Bart estafaban gente. Obviamente él ya lo había visto, así que sabía de antemano de qué se trataba. Bart lloraba desesperado porque no encontraba a su perro. Pasó un señor y Bart le contó cómo era el can y cómo era la cadena que llevaba. En ese momento, detrás de Bart, el señor pudo observar un tiburón al que le salía de la boca una cadena de iguales características que la descripta. Y justo en ese instante, pasaba Homero vendiendo un perro como el que Bart había detallado. Claro, el señor se acercó a comprárselo ”al pobre chiquillo que lloraba”.
Tras haber visto esto, vino a mi mente la película Luna de Papel, que vi de chica. Empecé a contarle a mi hijo la parte del argumento en que el padre y su hija estafaban a la gente, tratándoles de venderles a los deudos de gente recientemente fallecida una Biblia que según ellos había encargado el familiar muerto, antes de morir. Claro, primero leían los avisos fúnebres para saber quién había muerto.
No entendí la carcajada de mi hijo hasta que noté que la serie seguía y ahora Bart y Homero estaban haciendo la misma estafa. Primero me indigné. “¡Eh, acá hay afano!” dije. Pero no, el deudo, con la Biblia en la mano y después de haberles pagado, exclamó “¡Esto me recuerda a la película Luna de Papel que vi de niño!”.
Bart y Homero salieron corriendo tras oír esto. Y yo entendí la carcajada de mi hijo.
lunes, 28 de febrero de 2011
Día importante, si los hay
Le habían quedado dos materias por rendir en febrero. Y tenía todavía otra oportunidad, en marzo. Pero me acaba de llegar un mensaje desde su celular: "Terminéééé toooodoooooo!!!!".
No me importó haber estado en la cola del supermercado, en el preciso momento de dictarle a la cajera la dirección de casa para que me enviaran la compra. Igual grité. Cuando empezaron a correr las primeras lágrimas por mi mejilla, me sentí en la obligación de explicarle qué era lo que me estaba pasando. Me felicitó, como quien pide un kilo de fugacitas en la panadería. Claro, la chica no debe superar los 20 años y ni debe imaginarse lo que se siente ver que ese energúmeno de patas peludas, que quince o dieciséis años atrás se agarraba de las columnas de la escuela con la cara deformada de tanto llorar al grito de "Mamááááá" porque no quería quedarse en el jardín, acababa de aprobar su última materia del secundario.
Falta todavía un montón. Pero está en camino. Igual que su hermana, que estudia medicina cada vez con más entusiasmo.
Son mis dos orgullos. Y no podía pasar este día sin compartirlo con mis seguidores. Ahora me voy, cantando bajito con los ojos llenos de lágrimas, el pedacito del tema de Violeta Parra: "Gracias a la vida, que me ha dado tanto".
viernes, 25 de febrero de 2011
La tristeza es evocable
jueves, 3 de febrero de 2011
El mundo es un pañuelo
Y a medida que van pasando los años, esta situación se me va confirmando cada vez más.
Cuando era chica, mi mamá me “obligó” a tomar clases de gimnasia con un profesor que trabajaba en la escuela de mi hermano y de quien mi papá se había hecho amigo. Pasaron los años, conocí a quien hoy es mi marido y en una de las primeras visitas a su casa, mirando álbumes de fotos, lo encontré, a ese mismo profesor, con unos cuantos años más pero manteniendo sus mismos músculos. Resultó ser el hermano de su mamá.
Hace un par de años, veraneamos en Mar de Ajó. Una noche fuimos a una fábrica de pastas a comprar la cena y la cara del señor que nos atendió me resultó extremadamente familiar. Movida por la intriga, le pregunté si tenían una sucursal en Capital. Me respondió que no, que hacía mucho que estaban allí y que muuuchos años antes habían tenido ese mismo negocio en Cangallo y Talcahuano. “Ah”, respondí, “al lado de la platería de papá”. La charla siguió con el dueño del negocio recordando los tiempos en que era vecino del negocio de mi papá. Dato no menor: el día del encuentro era, justamente, el día en que papá hubiese cumplido años.
Mi hijo menor se puso de novio hace ya bastante. Con el tiempo, fue conociendo a los familiares de su novia y así fue que descubrimos que la vecina de su abuela es nada más ni nada menos que una ex compañera mía del secundario, que conoce a la familia de la niña en cuestión desde que tanto ella como la mamá de la novia, eran adolescentes.
Años atrás, una de mis mejores amigas, Bea, partía para radicarse en Canadá. Para esa época, conocí a una prima de quien después sería mi marido, Lita, y nos hicimos amigas. Con mi amiga Bea la amistad siguió gracias a los mails y a las llamadas telefónicas. En una de ellas, me contó que allá en Canadá había conocido a una persona muy agradable con la que empezaba a trabajar. Resultó ser la hermana de Lita (Dato no menor, ambas hermanas son hijas de aquel profesor de gimnasia del primer párrafo).
Este año volvimos a veranear en Mar de Ajó. Durante una semana, tuvimos la visita de mi hijo y su novia. En una ocasión en que fueron al mar, dejaron a mi cuidado sus alianzas de plata. Cuando regresaron, noté que sobre la mesa había sólo una. Rastrillamos la arena pero la otra no apareció. Finalmente, con todo el sentimiento de culpa sobre mis hombros, averigüé la dirección de un joyero de la zona y hacia allá fuimos, para enmendar mi descuido. Mientras el buen hombre les medía los dedos a los chicos, charlábamos sobre la plata (el material, no el dinero) y charla va, charla viene, salió el tema de la platería de mi papá. Cuando le comenté cómo se llamaba, el hombre me miró y dijo “¡Alfonsín!” (así lo llamaban a mí papá por su parecido con el ex presidente). “¡Pero si yo le compré mercadería a tu papá desde nuestros inicios!”.
Supongo que la vida me seguirá demostrando, con cosas como estas, que el mundo es un pañuelo. Por eso me viene a la cabeza una frase que leí hace tiempo y de la cual ya no recuerdo su autor: “Mi amigo tiene un amigo, y el amigo de mi amigo tiene otro amigo. Por lo tanto, sé discreto.”
martes, 1 de febrero de 2011
No me gusta que me mientan
Estando de vacaciones en la playa, fuimos a esperar a mi hijo menor, que llegaba en micro con su novia para pasar unos días con nosotros. Ya en la terminal, me llega un mensaje de él contándome que en la terminal de una playa cercana, el micro se descompuso y estaban esperando que llegara otro que los acercaría los pocos kilómetros que restaban del viaje. Fuimos a averiguar a la ventanilla de Plusmar y nos confirmaron la noticia.
Media hora más tarde estacionó el micro y bajaron, felices y contentos. Hasta ahí, la anécdota.
Al día siguiente, charlando con unos vecinos de carpa, les comenté lo que había pasado. Me preguntaron "¿De qué empresa? ¿Plusmar?". Al responder afirmativamente, me explicaron "Ah, sí, es común. Lo hacen a menudo para juntar gente en un solo micro y no estar usando varios micros a medio llenar". Claro, no lo había pensado, pero fue una gran casualidad que el micro se haya descompuesto justo en una terminal...
Además de la rabia porque el último trayecto lo hicieron en un micro de clase más económica que la que ellos habían pagado, me queda el sinsabor de la mentira. NO ME GUSTA QUE ME MIENTAN.
lunes, 31 de enero de 2011
Botox...
viernes, 14 de enero de 2011
La playa me espera
Y hoy, en vez de levantarme pensando en qué poner en la valija para partir de vacaciones, me levanté con otra duda, relacionada con el tema:
¿Por qué miércoles reemplazamos el artículo "la" por "el" para anteceder sustantivos femeninos que comienzan con "A" tónica, como el caso de "el agua", "el ancla", "el ave", "el águila"; (cuyos plurales sí conservan el femenino que les corresponde en el artículo, "las aguas", "las anclas", "las aves", "las águilas") para que no se pegue la A final del artículo con la inicial de su nombre, pero no sucede lo mismo con "la arena"?
¿Eh? ¿Alguien puede explicarme por qué no decimos "el arena"?
Dicho lo siguiente, me voy a preparar la valija.
¡Felices vacaciones para todos!
martes, 4 de enero de 2011
Tramposos
Hoy, mientras hacía las compras en el supermercado, casi caigo en una "gran oferta gran". Dos dulces de leche Ilolay, al precio de uno.
"¡Qué bien que nos vienen"!, pensé. Hace poco más de un mes compramos una wafflera y a causa de eso, los frascos de dulce de leche desaparecen de la heladera como por arte de magia (también los huevos y la harina...).
Agarré dos, los puse en el changuito, y seguí haciendo las compras. Mientras estaba en la cola para pagar, me fijé en el vencimiento: les faltaba sólo seis días para vencer.
¡Consumir un kilo de dulce de leche en menos de una semana! ¡Pobre hígado!
En fin, "ofertas"...
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