domingo, 13 de marzo de 2011
Los Simpsons y la luna de papel
Mi relación con los Simpsons es especial. Me resultan graciosos y de un humor inteligente, pero creo que sólo vi un capítulo completo en toda mi vida. Y muchas veces he pasado por la habitación de mi hijo y descubrí que, si estaban pasando los Simpsons, era justamente ese capítulo el que daban (para más detalles, Homero pierde un dedo y el episodio gira en torno al cuidado que pone para llevarlo al hospital a que se lo vuelvan a ubicar en su lugar).
Me gusta cuando hacen referencias a temas de la actualidad o mencionan cosas del pasado. De paso, los pibes se enteran de cosas que de otra manera les costaría más enterarse.
El otro día mi hijo me llamó para que fuera a ver un episodio en el que Homero y Bart estafaban gente. Obviamente él ya lo había visto, así que sabía de antemano de qué se trataba. Bart lloraba desesperado porque no encontraba a su perro. Pasó un señor y Bart le contó cómo era el can y cómo era la cadena que llevaba. En ese momento, detrás de Bart, el señor pudo observar un tiburón al que le salía de la boca una cadena de iguales características que la descripta. Y justo en ese instante, pasaba Homero vendiendo un perro como el que Bart había detallado. Claro, el señor se acercó a comprárselo ”al pobre chiquillo que lloraba”.
Tras haber visto esto, vino a mi mente la película Luna de Papel, que vi de chica. Empecé a contarle a mi hijo la parte del argumento en que el padre y su hija estafaban a la gente, tratándoles de venderles a los deudos de gente recientemente fallecida una Biblia que según ellos había encargado el familiar muerto, antes de morir. Claro, primero leían los avisos fúnebres para saber quién había muerto.
No entendí la carcajada de mi hijo hasta que noté que la serie seguía y ahora Bart y Homero estaban haciendo la misma estafa. Primero me indigné. “¡Eh, acá hay afano!” dije. Pero no, el deudo, con la Biblia en la mano y después de haberles pagado, exclamó “¡Esto me recuerda a la película Luna de Papel que vi de niño!”.
Bart y Homero salieron corriendo tras oír esto. Y yo entendí la carcajada de mi hijo.
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