sábado, 27 de agosto de 2011

Gente innecesaria


Hamlet Lima Quintana escribió:

Hay gente que con sólo decir una palabra
enciende la ilusión y los rosales
que con sólo sonreír, entre los ojos
nos invitan a viajar por otras zonas
y nos hacen recorrer toda la magia.

Hay gente que con sólo dar la mano
rompe la soledad, pone la mesa
sirve el puchero, coloca guirnaldas.
Que con sólo empuñar una guitarra
hace una sinfonía de entrecasa.

Hay gente que con sólo abrir la boca
llega hasta los confines del alma
alimenta una flor, inventa sueños
hace cantar al vino en las tinajas
y se queda después como si nada.

Y uno se va de novio con la vida
desterrando una muerte solitaria
pues sabe que a la vuelta de la esquina
Hay gente, que es asi.......tan necesaria.

Precioso. Pero el tema del post de hoy es justamente lo opuesto: la gente que vive despilfarrando agresiones, ironías de mal gusto, respuestas desubicadas, falta de respeto, aunque las mismas vengan acompañadas de una sonrisa.

Seguramente muchos conocerán algún ejemplar de este tipo. Yo también. Y necesitaba un lugar para explayarme porque de un tiempo a esta parte, el contacto con este personaje se viene haciendo demasiado cuesta arriba.

Se trata de alguien que siempre se cree superior a los demás, no hay nadie que sepa tanto como él (¿o ella?), todo lo que opinen los demás está errado, sus vivencias son superiores a las de los demás, quien no piensa como él (¿o ella?) no existe, se queja por cualquier insignificancia que considere una injusticia hacia su persona porque cree que todo debe pasar por él (¿o ella?) antes que por los demás, busca el más mínimo error en las actitudes de quienes lo (¿o la?) rodean, para hacer notar que él (¿o ella?) es perfecta... En fin, para él (¿o ella?) va dedicada la imagen del post de hoy.

Más que Hamlet Lima Quintana, Joan Manuel Serrat: "Entre esos tipos y yo, hay algo personal."

ASÍ, NO


Durante este segundo cuatrimestre del año, al pequeño de la familia le tocó cursar -entre otras materias- una los sábados a las 7 de la mañana. Pensando en que tiene un viaje considerable (unos 45 minutos), hay que levantarse un poco antes de las 6. Quizás seré una madre obsesiva, pero odio que se vayan sin mi saludo de los buenos días. Es más, él no se iría sin el saludo porque seguiría de viaje si no voy a despertarlo.

La cuestión es que de un tiempo a esta parte, los sábados ya no son lo que eran. Eso sí, cuando terminamos con el almuerzo, llega la calma. Y con ella, una buena siesta... que hoy se vio interrumpida por un llamado telefónico.

¿Quién puede ser el desubicado que llame a una casa de familia un sábado a la hora de la siesta (a eso de las 16)?" -pensé antes de atender el teléfono. No cabía en mi furia cuando escuché, del otro lado, una de esas monótonas voces repitiendo un texto memorizado: "Buenas tardes, hablo con la señora Andrea Zablotsky? La llamamos del Banco Piripipí para comentarle que por su buen comportamiento se le ha adjuicado un préstamo de..."

Obviamente que no pude despilfarrar mi acostumbrada cortesía, porque de la mente no me surgían más que insultos. Le expliqué, lo más tranquila posible, que no me interesaba ningún préstamo y que me parecía ridículo el día y horario que elegían para hacer promociones. "Es mi horario de trabajo" me respondió. Antes de cortarle, le contesté "Yo me levanto todos los sábados antes de las 6, así que no me interesa tu horario de trabajo. Lo que me interesa es que me borren de la base de datos y no vuelvan a llamarme más".

¿Les habrá quedado claro?

martes, 23 de agosto de 2011

En las buenas no, pero en las malas sí


No voy a descubrir América si cuento que mis dos vástagos, lejos de tener una relación armoniosa, suelen comunicarse de maneras... soeces, por ser un poco finos:

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Ella: ¿Podés bajar esa #%/*& música, que estoy estudiando?

Él: ¡Loca de #%/*&!

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Ella: ¡Te dije mil veces que no entres a mi cuarto para llevarte cosas mías! ¡Voy a ponerle llave!

Él: ¡Loca de #%/*&!

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Ella: ¿Podés dejar de tocar ese #%/*& piano, de una buena vez?

Él: ¡Loca de #%/*&!

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Ella: ¡Te dije mil veces que no batas la botella de Coca, #%/*& de #%/*&!

Él: ¡Loca de #%/*&!

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Pero ayer la vida me dio una sorpresa. Y confirmó lo que otras tantas veces: el diálogo cotidiano cambia cuando las papas queman.

Ella salía de trabajar a las 12 de la noche. Un par de horas antes, se cortó la luz en el edificio y en la cuadra. Y para colmo de males, las luces de emergencia de los palieres no funcionaban por falta de batería. La llamé por teléfono al trabajo para avisarle de la buena nueva y para preguntarle si, dadas las circunstancias, podía quedarse a dormir en otro lado. Pero no era posible.

Resultado: yo debería esperarla, despierta y vestida, a que llegara (un poco más tarde de las 12), para bajar y acompañarla a subir por las oscuras escaleras con una linterna. Le sugerí que viniera provista de una vela, pero su miedo no se lo permitió. Me resigné a esperarla y me fui al cuarto a aguardar su llamado avisando que ya estaba llegando. En ese momento, apareció él, su hermano, preguntando si ella volvía a casa esa noche. Cuando le conté que sí, automáticamente me dijo "Decile que me mande un mensaje cuando esté llegando así bajo a buscarla".

Una luz, en medio de tanta oscuridad...

martes, 16 de agosto de 2011

Otro diccionario a la derecha


La de la foto parece ser la ministra de Educación del Chaco, María Inés Pilatti Vergara. ¿Habrá notado el bestial error del cartel que se luce detrás de ella? ¿Acaso su cara de desesperación se deba a eso?

martes, 9 de agosto de 2011

Un diccionario a la derecha


Sabido es que la mayoría de los argentinos alfabetizados tienen graves luchas con la ortografía. Desconozco si sucede lo mismo en otro s países. Pero yo me pregunto, ¿cómo puede ser que gente que se dedica a hacer publicidad o cartelería no sepa escribir correctamente o, al menos, no se le ocurra consultar al mataburros antes de pintar un cartel, toldo o similar?

El botón que basta para la muestra es la confitería de Ecuador esquina Paraguay.

viernes, 5 de agosto de 2011

Otro mundo


Por sugerencia de mi amiga Catalina, me arremango las mangas y paso a tipiar la apasionante experiencia que me significó haber vivido una tarde en un estudio de TV.

Desconozco los motivos que me llevaron a completar on line un formulario para participar en el segmento “Salven al millón” del programa de Susana Giménez. La cuestión es que, en poco tiempo, ese acto impulsivo se tradujo en un llamado telefónico invitándome, junto a mi marido, a realizar un casting que consistía en un simulacro de juego frente a una productora que nos filmaría y observaría nuestras reacciones.

La pasamos bárbaro, visitamos los estudios de Telefé, vimos gente que pensamos que sólo existe en la pantalla de nuestro televisor y volvimos con la satisfacción de habernos divertido un rato. Grande fue nuestra sorpresa cuando, a la semana, nos llamaron para avisarnos que habíamos sido elegidos y que teníamos que ir a grabar el programa ¡con la mismísima Su! el jueves de la semana siguiente. En el transcurso de esa semana nos llamaron para confirmar nuestra presencia, acordar horarios y darnos algunas indicaciones sobre la ropa que debíamos usar.

Llegó el jueves esperado, nos vestimos con “elegante sport” y llegamos a los estudios de Martínez con puntualidad inglesa. Nos recibieron hiper amablemente, conocimos a otras cinco parejas que grabarían con nosotros y nos condujeron al camarín, donde nos invitaron con un catering como almuerzo y nos fueron llamando de a poco a la sala de maquillaje y peluquería para ponernos más presentables y lograr cosas que desconocía que se podían hacer: ¡Mis pelos dejaron de tener frizz y la pelada de mi marido dejó de brillar!

Tres horas después de haber llegado, nos condujeron al estudio para grabar. Imponente. Muchos técnicos, productores, camarógrafos, gente que hablaba por parlantes o algo por el estilo, gente que corría, oscuridad, frío (según nos explicaron, a pesar del frío de Bs. As. en invierno, ahí se trabaja con aire acondicionado para que no se perjudiquen los equipos). Cuando todo estaba preparado minuciosamente, apareció ”ella”. Saludando a todo el mundo, la mar de simpática y muy profesional, se dirigió, escaleras arriba, al sitio donde se realiza el juego y desde ahí nos saludó.

A partir de ese momento, todo fue un ir y venir de participantes. Cada dos parejas, un alto para que Susana se cambiara la ropa (no olvidar que se estaban grabando distintos días del programa).

Cuando llegó nuestro turno, nos hicieron acercar a la escalinata, ahí llegaron las maquilladoras que "retocaron" nuestro maquillaje en medio de la oscuridad del estudio (y sin darse cuenta de que antes había pasado por el baño para sacarme el brillo labial, que al no estar acostumbrada a usar, me daba asco) y sendos técnicos nos colocaron los micrófonos de esos que se enganchan en la oreja. El procedimiento, que para ellos debía ser natural, a mí me perturbó. Sin pedir permiso, uno levantó mi cabello, enganchó el micrófono en mi oreja, metió su mano por debajo de mi blusa a la altura del cuello, extendió el cable que luego buscó por debajo de mi blusa, desde la cintura hacia arriba y terminó enganchando en un aparatito en la cintura de mi pantalón.

Ya todo estaba preparado. Lo único que faltaba era escuchar nuestros nombres y terminar de subir las escaleras (nos habían ubicado en la mitad del trayecto).

Lo demás es conocido, jugamos, perdimos y nos fuimos. Una productora nos había dicho que al terminar de jugar, uno queda “en shock” (nunca mejor empleada la palabra) y no sabe ni dónde está parado. Pero que no nos preocupáramos, porque entre “los Susanos” y los productores se encargarían de que llegáramos otra vez al piso de abajo. Dicho y hecho. Una vez en casa me di cuenta que ni siquiera noté el momento en que el sonidista volvió a meter sus manos por debajo de mi blusa para sacarme el micrófono.

No sé qué hubiera pasado si ganábamos algo, pero así como volvimos, con las manos vacías, igualmente teníamos un grado de excitación difícil de comparar. Como muestra, basta un botón: llegamos rendidos y sin fuerzas para preparar la cena. Decidimos cenar un café con leche. Cuando tomé la azucarera, noté que estaba vacía, de manera que agarré el frasco de azúcar y en lugar de volcar el azúcar dentro de la azucarera, lo hice dentro de la taza que esperaba por el café con leche…

No hay dudas de que no estoy preparada para ese mundo tan ajeno a mi rutina. Al menos, por ahora…

jueves, 4 de agosto de 2011

Credulidad vs. Incredulidad


Soy crédula por naturaleza. Si alguien me dice algo, lo creo. No encuentro razones para desconfiar. Será porque no vivo mintiendo. O porque no acostumbro a dar vueltas para decir las cosas.

Es por eso que detesto a la gente que, tras enterarse de algo, desconfía por el sólo gusto de desconfiar.

Me pasa seguido con mi socia. La última ocasión fue a raíz de nuestro intento por publicar en una revista barrial un aviso de AgilMente, nuestros Talleres de Gimnasia Mental para Adultos. No había lugar en tapa, de manera que optamos por aparecer en el interior. A último momento, la persona encargada de la revista nos llamó para decirnos que había grandes posibilidades de que nuestro aviso puediese aparecer en tapa. "Qué suerte", pensé yo. "Siempre hubo lugar", pensó ella. ¿Por qué no creer?

En otras ocasiones, llama gente para averiguar las características del taller. "Dijo que tal vez pase esta semana a conocernos", suelo decir yo. "Llamó para copiar nuestro proyecto", suele pensar ella. ¿Por qué no creer?

La semana pasada fuimos a jugar al Juego del Millón de Susana Giménez con mi marido. Perdimos. Pero dio la casualidad de que pudimos presenciar el momento en que una pareja de participantes se alzó con el millón. Cuando lo empecé a comentar, impresionada por lo que sabía el hombre que participó, la mayoría de la gente me respondía "Estaba arreglado". ¿Por qué no creer?

El mismo episodio generó un sinfín de desconfianzas en los medios. Que lo habían grabado muchos meses antes pero eligieron pasarlo ese día para aumentar el rating del programa que salía, que les dieron las respuestas de antemano, que las preguntas eran más fáciles. ¡Pero yo lo presencié! ¡No hubo nada de eso! ¿Por qué no creer?

En fin... divagaciones de una tarde de domingo...