domingo, 1 de agosto de 2010
Sala de guardia
Ayer a la madrugada tuvimos que ir con mi primogénita Flor a la clínica que atiende las urgencias de nuestra prepaga. Una amigdalitis la tenía a maltraer, no podía tragar ni agua y eso le imposibilitaba tomar cualquier antitérmico para bajar sus 39º.
A esa hora, y ya después de unos días de recriminaciones, del estilo "te dije que no salieras en bolas que hacía frío", "te dije que en estos tiempos no se puede salir con el pelo húmedo", etc., ya no me quedaban más cosas para decirle.
Como no podía ser de otra manera, cuando llegamos nos encontramos con cuatro personas antes y nos avisaron que los dos médicos que hacen guardias nocturnas estaban atendiendo a los heridos que habían llegado minutos antes en sendas ambulancias. Eran las dos de la mañana.
Pero la espera no fue lo que uno podría imaginar. La sala de espera se convirtió en una reunión donde abundó la buena onda y la camaradería. Una de las personas era una chica que se había desmayado a causa del stress provocado por una mudanza. Estaba acompañada por quien supongo sería su pareja, también su mamá, su papá, su hermano y otra mujer. La pobre estaba ojerosa y demacrada. Pero aún así sonreía ante las disparatadas ideas de tres muchachos de unos 25 años que estaban ahí porque jugando al cuarto oscuro uno de ellos tropezó y se abrió la frente. Su pantalón estaba todo manchado de sangre. "Yo propuse mirar películas" comentó uno de ellos "pero todos empezaron a gritar «¡cuar-tos-curo! ¡cuar-tos-curo!»”
Dos de ellos, según nos contaron, pertenecen a una especie de agrupación llamada "Aprender a vivir" o algo así (sabrán disculpar la inexactitud de la información, pero a esa hora y ante las circunstancias descriptas, mi mente no estaba demasiado lúcida). En un momento, uno de ellos nos hizo -uno por uno- una especie de descarga, colocando sus manos sobre nuestras cabezas, con los ojos cerrados. El otro, mientras, filmaba la situación.
La camaradería fue tal que cerca de las 4 de la mañana, cuando nos tuvimos que ir, no los pudimos encontrar (supongo que ya estarían cosiendo al herido) y lamentamos el no saber cómo había resultado todo.
Lo que sí recuerdo eran dos de sus nombres: uno se llamaba Matías y el otro Facundo (le decían "fack you").
A todos ellos (también a la familia de la pobre chica demacrada, que convidó con golosinas para amenizar la espera) gracias por demostrarnos que aún en los malos momentos se puede esbozar una sonrisa. Y dicho sea de paso, si algún seguidor de este humilde blog los conoce, nos ponen en contacto, ¿sí? Después de todo, uno nunca sabe, y bien dicen que "el mundo es un pañuelo". Pero esto es para desarrollar en un post aparte. ¡Hasta entonces!
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