lunes, 28 de febrero de 2011
Día importante, si los hay
Le habían quedado dos materias por rendir en febrero. Y tenía todavía otra oportunidad, en marzo. Pero me acaba de llegar un mensaje desde su celular: "Terminéééé toooodoooooo!!!!".
No me importó haber estado en la cola del supermercado, en el preciso momento de dictarle a la cajera la dirección de casa para que me enviaran la compra. Igual grité. Cuando empezaron a correr las primeras lágrimas por mi mejilla, me sentí en la obligación de explicarle qué era lo que me estaba pasando. Me felicitó, como quien pide un kilo de fugacitas en la panadería. Claro, la chica no debe superar los 20 años y ni debe imaginarse lo que se siente ver que ese energúmeno de patas peludas, que quince o dieciséis años atrás se agarraba de las columnas de la escuela con la cara deformada de tanto llorar al grito de "Mamááááá" porque no quería quedarse en el jardín, acababa de aprobar su última materia del secundario.
Falta todavía un montón. Pero está en camino. Igual que su hermana, que estudia medicina cada vez con más entusiasmo.
Son mis dos orgullos. Y no podía pasar este día sin compartirlo con mis seguidores. Ahora me voy, cantando bajito con los ojos llenos de lágrimas, el pedacito del tema de Violeta Parra: "Gracias a la vida, que me ha dado tanto".
viernes, 25 de febrero de 2011
La tristeza es evocable
jueves, 3 de febrero de 2011
El mundo es un pañuelo
Y a medida que van pasando los años, esta situación se me va confirmando cada vez más.
Cuando era chica, mi mamá me “obligó” a tomar clases de gimnasia con un profesor que trabajaba en la escuela de mi hermano y de quien mi papá se había hecho amigo. Pasaron los años, conocí a quien hoy es mi marido y en una de las primeras visitas a su casa, mirando álbumes de fotos, lo encontré, a ese mismo profesor, con unos cuantos años más pero manteniendo sus mismos músculos. Resultó ser el hermano de su mamá.
Hace un par de años, veraneamos en Mar de Ajó. Una noche fuimos a una fábrica de pastas a comprar la cena y la cara del señor que nos atendió me resultó extremadamente familiar. Movida por la intriga, le pregunté si tenían una sucursal en Capital. Me respondió que no, que hacía mucho que estaban allí y que muuuchos años antes habían tenido ese mismo negocio en Cangallo y Talcahuano. “Ah”, respondí, “al lado de la platería de papá”. La charla siguió con el dueño del negocio recordando los tiempos en que era vecino del negocio de mi papá. Dato no menor: el día del encuentro era, justamente, el día en que papá hubiese cumplido años.
Mi hijo menor se puso de novio hace ya bastante. Con el tiempo, fue conociendo a los familiares de su novia y así fue que descubrimos que la vecina de su abuela es nada más ni nada menos que una ex compañera mía del secundario, que conoce a la familia de la niña en cuestión desde que tanto ella como la mamá de la novia, eran adolescentes.
Años atrás, una de mis mejores amigas, Bea, partía para radicarse en Canadá. Para esa época, conocí a una prima de quien después sería mi marido, Lita, y nos hicimos amigas. Con mi amiga Bea la amistad siguió gracias a los mails y a las llamadas telefónicas. En una de ellas, me contó que allá en Canadá había conocido a una persona muy agradable con la que empezaba a trabajar. Resultó ser la hermana de Lita (Dato no menor, ambas hermanas son hijas de aquel profesor de gimnasia del primer párrafo).
Este año volvimos a veranear en Mar de Ajó. Durante una semana, tuvimos la visita de mi hijo y su novia. En una ocasión en que fueron al mar, dejaron a mi cuidado sus alianzas de plata. Cuando regresaron, noté que sobre la mesa había sólo una. Rastrillamos la arena pero la otra no apareció. Finalmente, con todo el sentimiento de culpa sobre mis hombros, averigüé la dirección de un joyero de la zona y hacia allá fuimos, para enmendar mi descuido. Mientras el buen hombre les medía los dedos a los chicos, charlábamos sobre la plata (el material, no el dinero) y charla va, charla viene, salió el tema de la platería de mi papá. Cuando le comenté cómo se llamaba, el hombre me miró y dijo “¡Alfonsín!” (así lo llamaban a mí papá por su parecido con el ex presidente). “¡Pero si yo le compré mercadería a tu papá desde nuestros inicios!”.
Supongo que la vida me seguirá demostrando, con cosas como estas, que el mundo es un pañuelo. Por eso me viene a la cabeza una frase que leí hace tiempo y de la cual ya no recuerdo su autor: “Mi amigo tiene un amigo, y el amigo de mi amigo tiene otro amigo. Por lo tanto, sé discreto.”
martes, 1 de febrero de 2011
No me gusta que me mientan
Estando de vacaciones en la playa, fuimos a esperar a mi hijo menor, que llegaba en micro con su novia para pasar unos días con nosotros. Ya en la terminal, me llega un mensaje de él contándome que en la terminal de una playa cercana, el micro se descompuso y estaban esperando que llegara otro que los acercaría los pocos kilómetros que restaban del viaje. Fuimos a averiguar a la ventanilla de Plusmar y nos confirmaron la noticia.
Media hora más tarde estacionó el micro y bajaron, felices y contentos. Hasta ahí, la anécdota.
Al día siguiente, charlando con unos vecinos de carpa, les comenté lo que había pasado. Me preguntaron "¿De qué empresa? ¿Plusmar?". Al responder afirmativamente, me explicaron "Ah, sí, es común. Lo hacen a menudo para juntar gente en un solo micro y no estar usando varios micros a medio llenar". Claro, no lo había pensado, pero fue una gran casualidad que el micro se haya descompuesto justo en una terminal...
Además de la rabia porque el último trayecto lo hicieron en un micro de clase más económica que la que ellos habían pagado, me queda el sinsabor de la mentira. NO ME GUSTA QUE ME MIENTAN.
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