jueves, 22 de agosto de 2024

Fóbica



¿Cómo empezó todo? Mi memoria se remonta a mis 7 años, cuando la profesora de gimnasia nos hacía caminar sobre una barra delgada de madera y yo lloraba porque no podía hacerlo sin una mano que me ayudara.

También debería agregar caídas históricas desde mi más lejana niñez: a eso de los 7 años rodé por las escaleras del edificio donde vivíamos en un primer piso, miles de caídas en la calle ya de adulta (tanto es así que un tío me decía “la torpe” porque compartíamos vacaciones en la playa y siempre estaba con cascaritas en las rodillas), dos veces caí de cara y me tuvieron que coser, otra de espaldas y además de coserme la cabeza se me rompió una vértebra, otra vez, una costilla y una última vez, desgarro de tendón en la ingle con moretón tamaño berenjena e imposibilidad para caminar. ¿Tal vez todo eso me haya generado algún miedo?

Pasó el tiempo y, ya adulta, me di cuenta de que había dificultades en mí que no las tenía el común de la gente. No podía subir ni bajar escaleras que no tuvieran baranda, como por ejemplo en un cine o en un escenario. Pero siempre tuve a alguien al lado de quien agarrarme.

Lo más grave vino después. En medio de la pandemia, y en medio del encierro, sentí que me faltaba el aire. No podía llenar mis pulmones y, siendo asmática, no resultaba ninguno de los medicamentos habituales. Una amiga médica me dijo “Esto no es asma, amiga. Es angustia.” Me recetó clonazepam y después de unos días, volví a respirar bien (Gracias Eli).

El esfuerzo para llenar mis pulmones hizo que me doliera el pecho. Y preocupada pedí un turno con mi cardióloga, a pocas cuadras de casa. Ése fue el día en que realmente comenzó todo. Poco antes de llegar, en una esquina esperando que el semáforo me diera paso, mis piernas se detuvieron y no pude bajar por la bajada del cordón. No entendía lo que pasaba, pero dí marcha atrás, tomé envión y terminé cruzando.

A partir de ese momento, las bajadas de cordón para cruzar las calles se volvieron un impedimento para mí. Hice terapia y fui resolviéndolo de a poco, pero no del todo. Se ve que algo había quedado latente.

Y en el momento menos pensado, frente a una ridícula situación de estress, ese temor retornó. Y multiplicado. Llego a las esquinas y mis piernas se detienen. No sucede lo mismo si voy al lado de alguien. Según mi médica amiga, ese alguien es mi “objeto contrafóbico” con quien bajo tranquilamente aún sin tomarme de su mano (Gracias otra vez, Eli).

Al impedimento se suma la angustia. Esta semana caminé más de diez cuadras para practicar y llegar a mi clase de gimnasia... y llegué llorando y caminando por al lado de los autos para no subir a las veredas.

A partir de ese día, todas las tardes salgo a caminar con mi marido, que se transformó también en “objeto contrafóbico” para practicar y alejar miedos y angustias. El primer día, llorando. Ahora ya no (Gracias Miguel).

Todos me dicen lo mismo, “si ya lo solucionaste, vas a volver a hacerlo”. Pero veo a la gente caminar por la calle como si nada y no puedo creer que me esté sucediendo esto. Siento que debo ser la única persona en el mundo que esté pasando por una ridiculez así. A tal punto que antes de ir a algún lugar, en taxi obviamente, tengo que pensar primero si se puede estacionar de la mano donde voy y mirar, en caso contrario, si estacionan autos del lado de enfrente, para poder tomarme de ellos y subir a la vereda. 

Desde ayer medicada nuevamente con clonazepam, que me dicen que es el medicamento ideal para angustias, miedos y fobias. Y desde ayer, esperando el día en que vuelva a ser normal.

domingo, 4 de agosto de 2024

YO TE CONOZCO... PERO NO TE CUIDO

 


El sábado pasado llovía torrencialmente. 

Yo había realizado un pedido por Coto digital durante la semana para recibirlo ese día. Cuando llegó el pobre cadete empapado le pregunté si Coto no le ofrecía un piloto para resguardarse de la lluvia, ya que tenía que venir a pie. Me dijo que no. 

Entonces le pregunté si no podía utilizar uno propio para guarecerse de la lluvia, a lo que me respondió que no podía usar nada sobre el buzo con el logo de Coto para no taparlo. 

Me pareció una actitud inhumana y me comuniqué con la empresa vía mail apelado a la empatía y buena voluntad de supervisores, directivos o quien sea, para cuidar de la salud de esos muchachos que trabajan para ganarse la vida.

Hasta ahora, sin respuesta.

viernes, 28 de junio de 2024

Roñosos for export

Ayer fuimos al teatro con mi hijo. Y a la salida elegimos comer carne y caímos en Buenos Aires Grill, parrilla de Corrientes y Talcahuano con Sucursal en Santa Fe y Callao, repleta de turistas.

Sobró, y como de costumbre, pedimos paquete para llevar. A la hora de la cuenta, apareció un extra que decía Packaging $110. Cuando pagué le comenté a la moza que me parecía un disparate que una parrilla así nos cobrara la bolsa y nos dijo “no es por la bolsa, es por la bandeja de adentro”, que no era más que una bandeja plástica de supermercado cubierta con un papel film. Le dije que me parecían unos roñosos (con perdón a los que no se bañan seguido). Pero como supuse que el comentario quedaría bailando por los aires, decidí compartirlo.

Buenos Aires Grill, unos roñosos. He dicho.




viernes, 10 de marzo de 2023

Añoranzas

 


Todas las mañanas, tempranito, cuando vuelvo de dar mis cuatro vueltas a la plaza, me encuentro con la misma escena. Un nene con una mochila celeste más grande que él, llorando en la entrada de la escuela de al lado de nuestro edificio. La mamá le habla, el portero de la escuela también. Pero las lágrimas siguen.

Además de estrujarme el alma, me lleva a... ¿27, 26 años atrás? Cuando con mi hijo menor, que hoy tiene 30, repetíamos esta misma escena. Recuerdo mi angustia acompañando a su propia tristeza. Hasta recuerdo cuando en sala de 2 años, llegó un día, ya cerca de las vacaciones de invierno, en que le pregunté “¿No querés entrar a jugar con tus amiguitos?” Como su respuesta fue negativa, lo alcé, volvimos a casa y dejamos inconcluso ese año de jardín. Ya tendría tiempo para obligaciones escolares más adelante.

Hoy a la mañana me dieron ganas de pararme a conversar con esa mamá. No para darle consejos. Sólo para decirle que no se preocupe, que después el tiempo pasa, ese hijo crece, se va a vivir solo o con su pareja -como pasó acá, en casa, hace un par de meses- y una se queda añorando esos tiempos de mochilas y lágrimas.

sábado, 23 de abril de 2022

La soberbia y el narcisismo


Él no era mala gente. Pero los años, el éxito profesional y la dependencia de su psiquiatra lo transformaron. No tengo tantos años de análisis encima, pero ya me resulta perimido eso de echarle la culpa a los padres por los problemas que uno conlleva en la adultez (más que nada a la madre, porque esos analistas suelen cargar muchos años sobre sus espaldas y en sus tiempos mozos, la mujer era la que llevaba las decisiones en el hogar en lo que respectaba a los hijos). 

Lo he escuchado varias veces decir “A mí me crió mi abuela”, algo que para quien no conoce sus orígenes podría resultar totalmente plausible. Pero yo sí conozco sus orígenes. Y sé que durante sus primeros cuatro años, su mamá trabajaba de maestra y él quedaba al cuidado de su abuela, hecho totalmente común entonces y ahora, y muy alejado de la palabra abandono. Pero después, con la llegada de su hermana, su mamá dejó la escuela y se dedicó exclusivamente a cuidarlos y criarlos.

No fue su abuela, ni su padre, ni mucho menos él mismo quien decidió inscribirse en una de los mejores escuelas secundarias, para que tuviera un buen porvenir. Fue su mamá, quien luego lo apuntaló en la universidad, quien lo esperaba con la ropa limpia y planchada y su comida preferida e instó a su papá a apoyarlo económicamente para que obtuviera una beca y se fuera a estudiar afuera. Volvió con un doctorado bajo el brazo y un pequeño departamento alquilado donde vivir, obviamente preparado por ella.

Pasaron muchos años entre ese esbozo de hombre y el actual. Y en esos años fue ascendiendo en su carrera hasta llegar a los puestos importantes que hoy tiene, hasta codearse con la gente importante con la que se codea y hasta ascender hasta el alto pedestal donde hoy se irgue.

Quizás no se esté dando cuenta de que allá abajo, en el llano, está la gente que importa, los verdaderos afectos, esos que lo querían y seguirían queriendo por lo que era y no por lo que tiene o por el lugar que ocupa en la sociedad.

Cuando falleció su papá, le aconsejé alquilar o vender el negocio que tenía, para mantener con esa entrada a su mamá. Pero no, con sus conocimientos iba a lograr lo que su papá no había podido, sacar al comercio del fracaso y convertirlo en un éxito. ¿Qué importancia podía tener mi propuesta de neófita frente a las ideas de un estudioso en la economía como él? El negocio terminó fundiéndose, él ubicó el fracaso en la gente que lo acompañó en el proyecto y la venta del local sirvió solo para pagar deudas, comiéndose una parte de la herencia.

La siguiente propuesta fue la de vender o alquilar el enorme departamento de su mamá para aminorar los gastos de manutención de ella. Pero no, si él podía mantenerla. Mientras lo hacía, anotaba en una planilla Excel el dinero que iba “invirtiendo” que, a la larga, terminó comiéndose también ese departamento, el resto de la herencia.

Antes de que eso sucediera, le hizo firmar a su hermana ante una escribana, un escrito en el que ella le donaba el departamento. No fuese cosa que le pasara algo a ella y su ex marido después intentara quedarse con algo de ese departamento para mantener a los hijos de esa única hermana, que quizás al separarse había pensando que ante cualquier cosa que le pasara tenía la seguridad de contar con su hermano para que sus hijos, chicos, no quedaran sin apoyo económico.

Volviendo a su idea de que a él lo crió su abuela, quizás sea eso lo que hizo que dejara de visitar a su mamá y que finalmente, a instancias de su hermana, decidiera darle el beneplácito de una visita en forma de cena express cada quince días. Es que sus múltiples ocupaciones no le permiten más, ni siquiera sacarla a pasear un rato de algún fin de semana.

En sus mensajes de audio por whatsapp -las únicas comunicaciones que tiene con su hermana- solo habla de sus viajes, de sus problemas, de sus logros, de sus conferencias… De él. Jamás una pregunta de ¿Y ustedes cómo están? Ni mucho menos ¿Necesitás algo?, considerando que es ella la que se ocupa de esa madre que está a punto de cumplir 90 años.

En sus mails, solo enumera la lista de viajes, lugares y fechas en las que estará ausente para que su hermana esté al tanto y sepa... ¿que en esos días deberá ocuparse de su mamá? Parece no recordar los tiempos en que consensuaban fechas de vacaciones para turnarse en esa tarea.

En solo una ocasión esa hermana probó contarle lo pesado que le estaba resultando llevar adelante su vida y la de su mamá, su departamento y el de su mamá, las necesidades cotidianas de su mamá... Su respuesta fue simple “Llegado el momento, habrá que internarla. Yo más que lo que hago no puedo hacer.” Acá hago un paréntesis porque no estoy en desacuerdo en una internación del adulto mayor cuando no puede valerse por sí mismo. Pero ella sí puede. Solo no sale a la calle sin ayuda, pero dentro de su casa se maneja sola y es totalmente independiente.

Ayer leía una frase de Waldo Emerson: “Saber que por lo menos una vida ha respirado mejor porque tú has vivido. Eso es tener éxito.”

Pero ésta no es precisamente mi idea de una persona de éxito. Definitivamente, no.

martes, 10 de agosto de 2021

Una cuestión de códigos


No somos todos iguales. Y en buena hora. Pero hay actitudes de algunas gentes que sacan lo peor de mí. Hoy me voy a centrar en los “amigos” con los que uno se siente en confianza como para hablar de lo que sea... hasta que uno mismo se entera que han difundido ciertas cosas que no te dejan bien parado.

Hace muchos, muchos años me pasó con alguien, que obviamente resultó no ser tan amiga como creía. En charla de mujeres (dos mujeres, ella y yo) critiqué el accionar como padre de un amigo de mi marido quien, vaya casualidad, un tiempo después inició una relación pasajera con ella. Le pedí expresamente que el comentario quedara entre nosotras. Más que nada para no generar problemas entre el susodicho y mi marido. Días después, en una llamada, me contó de qué manera lo había “retado” por el accionar que yo le había contado. A partir de ese día no hablamos más. Me llamó, me mandó mensajes, me invitó a seguirla en las redes... Pero yo sentía que no podía relacionarme con una persona así, con cero códigos.

Hoy me pasó algo parecido. Otra de esas “casi” amigas que te saludan para el día del amigo, una charla telefónica y un “estoy de acuerdo” a sus críticas sobre una persona determinada. Persona que no tardó en recibir mi comentario. 

¿Cuál es la satisfacción que colma a estas personas al contarle a alguien que “un otro” está hablando mal de él? ¿Son los famosos “correveidiles”?

Sí, lo pensé. Quizás el error es mío. ¿Para qué hablar mal de otros, aún con alguien de confianza como un amigo? Pero ya lo dijo la negra, “hay que sacarlo todo afuera, como la primavera”. Y hay cosas que necesito sacarlas. Es lo que hay.

Pero como a todo me gusta encontrarle el lado bueno, esto también lo tiene: es una excelente manera de depurar la lista de amistades.

Ella

Ya conté muchas veces que creo en las señales. Dominique llegó a nuestras vidas a través de una de ellas.

Fue el 7 de julio de este año, cumpleaños de Matías, mi hijo menor, quien desde muchos años atrás trataba de convencerme para que aceptara un gato en casa. Y yo fiel a mi negativa. Y tenía una explicación. Años atrás había llegado a nuestra casa Bianca, una hermosa gata siamesa, agresiva, destructora. Terminé regalándola cuando empezó a hacer sus necesidades sobre la alfombra e intentaba taparla raspándola. Encontré alguien con jardín, donde seguramente Bianca iba a estar mejor, y nosotros también.

Volviendo al 7 de julio, llegaba yo de la calle cuando la encargada me lanzó la pregunta, cual disparo: “¿Querés una gata?” Obvio que mi respuesta fue un no contundente. Pero mientras me subía al ascensor, ella me contaba los detalles: que era de una vecina añosa a quien quiero mucho, que el alzheimer había hecho estragos en ella y que se la llevaban a internar y que es muy buena y mansa. Mientras subía a nuestro departamento mi cabeza iba a mil: me gustaba la idea de recibir a su gata como un cariño hacia ella, me daba emoción sentir la señal de la fecha... En fin, fue llegar a casa, poner el tema sobre la mesa, charlarlo entre todos y avisarle pronto a la encargada que la queríamos, antes de que otro nos la quitara.

Ese mismo día la fuimos a buscar. Llegó en brazos, asustada. Y pasó todo el primer día debajo de una cama. De a poco empezó a salir y a la noche dio una vuelta por el departamento.

A la mañana, mientras preparaba el desayuno, apareció maullando. Me pedía algo. Me acerqué al platito con su comida pero no. Me acerqué a las piedritas y era eso. ¡Me estaba preguntando dónde hacer pis! De ahí en más, se adueñó de la casa y de nuestros corazones.

Ella, Dominique (porque su dueña era profesora de francés) es la nueva dueña de nuestro hogar.

martes, 9 de febrero de 2021

Contradicciones

Hoy llegó este texto a mis ojos. Y a mi alma. Pero releyéndolo, encontré esa contradicción que lo hace utópico. “Te deseo que olvides a quien ya te olvidó” Y por otro lado, “Te deseo abrazos cálidos, de esos que no se olvidan en una vida”. ¿Y cómo se hace con los abrazos cálidos que no se olvidan en una vida, si fueron dados por alguien que merece ser olvidado?

miércoles, 27 de enero de 2021

¿Y si fueras un animal?

Cuántas veces habremos escuchado esa pregunta... ¿Qué otro ser vivo te hubiese gustado ser?

En el complejo de cabañas de Tandil, donde veraneamos el año pasado, había una pileta cubierta y una descubierta. La cubierta, rodeada de ventanales que hacían las veces de paredes. En uno de esos enormes ventanales se podía ver la imagen de una gran ave, tamaño gaviota, con sus alas extendidas. ¡Hasta el pico se adivinaba!

Obviamente, en el ímpetu de su vuelo libre no se percató de que el vidrio se interponía entre ella y el paisaje. La vista la engañó.

No sé que habrá sido de su vida, pobre. Pero en ese momento, y conociendo mi costado torpe y mi visión miope, descubrí que, de haber sido un animal, hubiese sido un ave de esas. A cada vuelo, un golpe.

martes, 16 de julio de 2019

Mucho logo nuevo, mucho logo nuevo... pero avivadas viejas


Pocas cosas me generan tanta impotencia como las avivadas.

Ayer estaba esperando mi turno para que me atendieran en el BBVA. Dos escritorios con clientes -una empleada y un empleado-, la pantalla con el número que habían llamado anteriormente y con el número que seguía: EL MÍO.

Cuando se levantó la persona que estaba siendo atendida por la empleada y me disponía a acercarme a ese escritorio, me ganó de mano un visitador médico de Gador -con su traje azul oscuro, su pin, sus bolsas de medicamentos, su sonrisa impostada y un manojo de biromes azules en su mano- que sin ningún número la saludó con un beso, le obsequió el remillete de biromes y se sentó en la silla frente al escritorio. ESA SILLA QUE ME CORRESPONDÍA OCUPAR A MÍ.

Mi marido es visitador médico y comprendo que en los consultorios a veces ellos pasen antes que los pacientes porque forma parte de su trabajo. Además, dejan muestras de medicamentos que después benefician a esos pacientes a los cuales se adelantan. Y es justamente eso, entran, dejan y se van.

¿Pero hacer valer un manojo de biromes de regalo para hacer un trámite bancario personal no es demasiado? Para colmo no era una pequeña consulta. La cosa se extendió bastante. En un momento hasta se levantaron, entraron a uno de los compartimentos de cajero y volvieron al escritorio.

No me quedé. Tiré mi número al piso y me fui con toda la rabia del mundo, despotricando contra el BBVA, su nuevo logo, sus empleados, Gador, el Reliverán, el Squam, el Alplax y la mar en coche.

sábado, 15 de junio de 2019

La vida es un boomerang



Los otros días veía a una chiquita -que intenta hacerse espacio en el mundo del espectáculo a fuerza de escándalos varios- quejarse de que sus compañeras de trabajo le hacían bullying. Y recordando otras épocas de su vida, comentaba que tuvo que cambiar tres veces de escuela porque también en aquellos tiempos sufría de discriminación.

Quiso el destino que la mamá de esta chiquita compartiera conmigo la escuela. Y no unos años. Fui la única que la “sufrió” desde jardín de infantes hasta el último día de la secundaria. Aquella adolescente con nombre de flor vivía tomándole el pelo a las chicas que no eran -o no éramos- como ella. Y obviamente siempre encontraba seguidoras que terminaban funcionando como su séquito y que disfrutaban de sus maldades.

Hace algunos pocos años, en una reunión de ex alumnas, apareció. Y le di el beneficio de pensar que quizás con la adultez hubiese cambiado, que la haya hecho reflexionar, que se haya convertido en una mujer con más sororidad y empatía. Pero no, no solo descubrí que seguía como entonces sino que utilizó gran parte de la reunión en recordar a las carcajadas las maldades que hacía con compañeras que no tenían su manera de ser o de pensar. Incluso invitó a una ex integrante de su séquito que no terminó el secundario con nosotras (la reunión se desarrollaba en su casa y conservaban la amistad), supongo que para que comparta sus chanzas y vea en qué se transformó cada una de sus ex compañeras de escuela.

En fin, lo lamento por la chiquita, pero esto demuestra algo que siempre pienso. No hay duda que la vida es un boomerang, que existe el karma, que hay fuerzas invisibles que intervienen en nuestro ser.

viernes, 14 de junio de 2019

Esas cuentas pendientes



Cuando mi hijo menor tenía dos años, me armé de coraje y aprendí a andar en bicicleta. Pasábamos las vacaciones en un country y yo me levantaba muy temprano y salía con una bici alquilada a practicar. Una pedaleada y apoyaba mis pies en el piso, después dos pedaleadas, después tres... hasta que arranqué sola y con más confianza. Al principio eran unas vueltas alrededor de la casa donde estábamos. Después empecé a ampliar el recorrido. Los guardias me veían pasar y aplaudían mis progresos. Mis hijos decían que parecía como si tratara de no pisar las hormigas, porque andaba zigzagueando. Pero sin dudas era una de mis cuentas pendientes. Y lo logré.

En una de nuestras últimas vacaciones fuimos con mi marido a Colón, en Entre Ríos. Y en la pileta del hotel, metí la cabeza por primera vez en mi vida. Sí, nadar era otra de mis cuentas pendientes. No avancé mucho más, solo logré ponerme en horizontal, boca abajo, agarrándome del borde de la pileta o de las manos de mi marido. Pero tomé una decisión: al volver a casa, me inscribiría en clases particulares para por fin, aprender a nadar.

Y así lo hice, me compré todo el equipo y empecé mis clases con una profesora dulce y paciente del American Sport, que quedaba cerca de casa. Al poco tiempo, sospecho que ya se había dado cuenta que iba a ser un duro trabajo. Llegué a avanzar sola, agarrada de una tabla o de un flota flota, después de varios meses de ir a clase dos veces por semana. Para mí era un montón. Y un motivo de orgullo.

Pero para el guardavidas de la pileta yo representaba la ridiculez en persona. Cierto día en que mi profesora todavía no había llegado, me dijo a voz en jarro para que lo oyeran unos amigos que estaban nadando (y de paso, el resto de la gente que había en el sector) que si él fuera mi profesor, me llevaría a lo hondo y me tiraría ahí, para que aprendiera a la fuerza. Le respondí que de hacer algo así, no volvería, por el pánico. Y ahí vino lo peor. Respondió algo así como que todos sabíamos que yo no había nacido para eso y que quizás mi lugar fuera quedarme en casa mirando programas de chimentos.

A partir de ese momento me bloqueé. Ya no disfrutaba mis clases, me sentía observada, había perdido ese orgullo que era para mí tomar clases de natación venciendo mis miedos. Lo comenté con mis amigas y se indignaron. Me sugirieron hablar con alguna autoridad del lugar. Primero se lo conté a mi profesora, que no había estado presente en ese momento. Y me enteré de que era su novio. Me dio lástima perjudicarla indirectamente y dejé de ir.

Después, como me suele ocurrir, me vinieron un montón de respuestas a la cabeza, pero ya era tarde. Pertenezco a una generación en que no era tan común mandar a los chicos a hacer deportes y actividades extra escolares si al propio chico no le gustaba. Y lo mío no era el deporte sino más que nada las actividades manuales, la música, la pintura... Es por eso que muchas de mis amigas tampoco saben nadar. Pero... ¿de qué servía explicarle todo esto a alguien con una mentalidad tan pequeña?

Y no, finalmente no aprendí.