Ya conté muchas veces que creo en las señales. Dominique llegó a nuestras vidas a través de una de ellas.
Fue el 7 de julio de este año, cumpleaños de Matías, mi hijo menor, quien desde muchos años atrás trataba de convencerme para que aceptara un gato en casa. Y yo fiel a mi negativa. Y tenía una explicación. Años atrás había llegado a nuestra casa Bianca, una hermosa gata siamesa, agresiva, destructora. Terminé regalándola cuando empezó a hacer sus necesidades sobre la alfombra e intentaba taparla raspándola. Encontré alguien con jardín, donde seguramente Bianca iba a estar mejor, y nosotros también.
Volviendo al 7 de julio, llegaba yo de la calle cuando la encargada me lanzó la pregunta, cual disparo: “¿Querés una gata?” Obvio que mi respuesta fue un no contundente. Pero mientras me subía al ascensor, ella me contaba los detalles: que era de una vecina añosa a quien quiero mucho, que el alzheimer había hecho estragos en ella y que se la llevaban a internar y que es muy buena y mansa. Mientras subía a nuestro departamento mi cabeza iba a mil: me gustaba la idea de recibir a su gata como un cariño hacia ella, me daba emoción sentir la señal de la fecha... En fin, fue llegar a casa, poner el tema sobre la mesa, charlarlo entre todos y avisarle pronto a la encargada que la queríamos, antes de que otro nos la quitara.
Ese mismo día la fuimos a buscar. Llegó en brazos, asustada. Y pasó todo el primer día debajo de una cama. De a poco empezó a salir y a la noche dio una vuelta por el departamento.
A la mañana, mientras preparaba el desayuno, apareció maullando. Me pedía algo. Me acerqué al platito con su comida pero no. Me acerqué a las piedritas y era eso. ¡Me estaba preguntando dónde hacer pis! De ahí en más, se adueñó de la casa y de nuestros corazones.
Ella, Dominique (porque su dueña era profesora de francés) es la nueva dueña de nuestro hogar.
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