No somos todos iguales. Y en buena hora. Pero hay actitudes de algunas gentes que sacan lo peor de mí. Hoy me voy a centrar en los “amigos” con los que uno se siente en confianza como para hablar de lo que sea... hasta que uno mismo se entera que han difundido ciertas cosas que no te dejan bien parado.
Hace muchos, muchos años me pasó con alguien, que obviamente resultó no ser tan amiga como creía. En charla de mujeres (dos mujeres, ella y yo) critiqué el accionar como padre de un amigo de mi marido quien, vaya casualidad, un tiempo después inició una relación pasajera con ella. Le pedí expresamente que el comentario quedara entre nosotras. Más que nada para no generar problemas entre el susodicho y mi marido. Días después, en una llamada, me contó de qué manera lo había “retado” por el accionar que yo le había contado. A partir de ese día no hablamos más. Me llamó, me mandó mensajes, me invitó a seguirla en las redes... Pero yo sentía que no podía relacionarme con una persona así, con cero códigos.
Hoy me pasó algo parecido. Otra de esas “casi” amigas que te saludan para el día del amigo, una charla telefónica y un “estoy de acuerdo” a sus críticas sobre una persona determinada. Persona que no tardó en recibir mi comentario.
¿Cuál es la satisfacción que colma a estas personas al contarle a alguien que “un otro” está hablando mal de él? ¿Son los famosos “correveidiles”?
Sí, lo pensé. Quizás el error es mío. ¿Para qué hablar mal de otros, aún con alguien de confianza como un amigo? Pero ya lo dijo la negra, “hay que sacarlo todo afuera, como la primavera”. Y hay cosas que necesito sacarlas. Es lo que hay.
Pero como a todo me gusta encontrarle el lado bueno, esto también lo tiene: es una excelente manera de depurar la lista de amistades.