miércoles, 24 de agosto de 2016

Sonríe, es contagioso


Dentro de la larga lista de cosas que me perturban de los demás (sí, también hay una larga lista de cosas que me perturban de mí misma, pero ese no es el tema de hoy) creo que una de las que aparecen primeras es la gente que trabaja sin alegría, de malhumor, enojada.

Recién termino de hablar por teléfono con una compañera de trabajo (de las que en vez de atender con un amable “hola” responden con un ladrido, con el perdón de los perros) y, ante una propuesta mía que intentaba mejorar algo que veníamos haciendo quizás no del todo bien, recibí un “yo ni loca, demasiado trabajo.”

Reconozco que tengo la dicha de, aún sin ganar demasiado, hacer lo que me gusta. Pero no siempre fue así. Lo que sí se mantuvo siempre en mí fue la alegría para trabajar. Me gusta trabajar. Me llena de optimismo, me da alegría. Me siento viva, útil, sana.

El poeta Jorge Manrique decía “El trabajo tiene, entre otras virtudes, la de acortar los días y alargar la vida.”

Eso lo demostró Winston Churchill, por ejemplo, quien siendo un político tan importante, bebía en exceso, fumaba demasiado, no realizaba ningún tipo de ejercicio físico, comía lo que se le antojaba y vivió hasta los 91 años. ¿Cómo lo hizo? Trabajaba con alegría, disfrutaba de su trabajo.

Detesto a la gente que vuelve a trabajar después de las vacaciones, con la misma cara que teníamos de chicos cuando teníamos que regresar a la escuela después del receso de verano.

El trabajar con alegría nos beneficia a nosotros mismos y contagia al que está cerca. ¿Qué tal si nos proponemos vivir más y mejor, maquillándonos cada mañana con una sonrisa?








viernes, 15 de julio de 2016

Número equivocado



El otro día llegó a casa una multa por mal estacionamiento. A decir verdad no era la primera vez que recibíamos algo así. Pero esta vez fue distinta. La patente pertenecía a otro auto, amarillo. Con una patente muy similar a la nuestra, sólo una letra de diferencia.

Muy simple, pensé. Llamamos y resolvemos el problema en el día. Pero no era tan así. Ante un error como éste, se espera que uno se apersone a la oficina correspondiente para realizar el trámite perdiendo una mañana (o más) de trabajo y subsanar así un error producido por ellos mismos. ¿No es indignante?

Carta para Rial...



... y también para cualquier otro famoso que lo desconozca.

Volvía hoy de una larga y tediosa reunión laboral con una bolsita de sushi para desestresarme de ella. Llegué a casa y prendí el televisor para almorzar acompañada y ahí lo escuché. Era Rial, que contaba desde su programa sobre la discriminación que había sufrido su hija por la obesidad y su decisión de operarse. Hasta ahí todo perfecto, admirable, emocionante... Hasta que me encontré diciéndole “nooo, pará, no todo es tan así”.

Resulta que durante los momentos previos a la cirugía y durante la cirugía propiamente dicha, este buen hombre sintió la angustia que todo padre siente cuando ve que su hijo es llevado en camilla al quirófano. Relató su sentir durante la noche posterior, el acompañar a su hija, la lluvia, la soledad de la clínica... Y aprovechó para agradecer a médicos, enfermeras y demás trabajadores del sanatorio, que se acercaban a abrazarlo y consolarlo cuando lo vieron deprimido y preocupado y que hicieron que el proceso fuera más suave y llevadero.

Ahora descubro -cosa que no sabía- que los famosos viven otra realidad. No nos pasa lo mismo a los simples mortales. La mayoría de los médicos con los que tuve el desagrado de toparme a lo largo de mi vida nunca demostraron esa humanidad que se ve que demuestran con la gente de la tele. Ni abrazos ni contención.

Como muestra, varios botones. Algunos de los cuales seguramente comenté en este mismo blog.

Mi papá tenía un tumor. Y lo operaron para biopsear una muestra y descubrir de qué se trataba. El resultado estaría en una semana. A la semana no teníamos noticias, por lo que llamé al gastroenterólogo para consultarlo. ¿Su respuesta? “No, todavía no está el resultado. Lo que sucede es que esta familia es muy ansiosa.” Valga la aclaración, mi papá tenía cáncer, no gripe. Medicina privada. Galeno Oro.

Mi primita tuvo una beba sietemesina que debió quedar en neonatología. No la podía amamantar, así que se sacaba su leche y la dejaba para que la alimentaran por sonda. En cierta ocasión notó que las enfermeras de neonatología le estaban suministrando una leche que no era la de ella. “No, mamita. Estás confundida” fue la respuesta. Obviamente después llegó la madre “propietaria” de esa leche. Sanatorio Otamendi.

Tras una ridícula caída, se me hinchó un tobillo y con dolor también en la espalda fui a una urgencia traumatológica. Radiografía de tobillo para indicarme que estaba bien. Y control “con manos” de las vértebras para decirme que el dolor era “por el cimbronazo del golpe”. Unas semanas después, como el dolor crecía y se hacía insoportable, acudí a otra guardia donde me hicieron una radiografía y descubrieron una vértebra rota. Ya era tarde para usar corsé. Y por esa mala praxis bajé tres centímetros de estatura y me “jorobé” literalmente hablando. Instituto del Diagnóstico.

Ex marido con una especie de quiste al costado de la cara. Sugerencia del médico: extracción y biposia. Así lo hicimos. A los 15 días estaría el resultado. Llamamos y nada. El resultado no aparecía. Después de llamar a razón de dos veces por semana durante un mes, una ¿empleada? de la clínica decidió sincerarse: la muestra se había perdido. Sanatorio Colegiales.

Actual marido con hombro problemático desde hace añares por una mala caída. Sugerencia médica: implante en el hombro. Material importado que la prepaga no cubría. Pensamos en un préstamos bancario hasta que decidimos suspender la cosa y avisarle al médico en cuestión. ¿Resultado? El susodicho cirujano, para no perder la operación, ofreció otras prótesis muchísimo más baratas. ¿latitas de Campagnola, tal vez?

Podria seguir, pero prefiero no recordar más. Sólo decir que no, Sr. Rial. Los simples mortales no tenemos la misma suerte, ni la misma contención ni los mismos abrazos que la gente de la tele.

domingo, 5 de junio de 2016

¿Estaré vieja?



Desde hacía un tiempo venía viendo una nueva publicidad de Claro. Mucha imagen, mucho sonido, demasiada velocidad para mi gusto. En un fragmento aparecía una pareja apasionada, más adelante un bebé recién nacido y por último una preciosa beba sonriendo. El locutor decía: pareja tinder, bebé tinder, chau tinder.

-¿Y eso qué miércoles querrá decir?-pensé. Lo consulté con mi marido y con mi grupo de amigas de whats app pero tampoco pudieron sacarme la duda. Recién cuando lo hablé con mis hijos entendí: una página de encuentros.

¿Por qué será que ahora ciertas publicidades me hacen sentir excluida?

No tuve otra opción



Soy de las primeras en criticar las groserías, los gritos y los gestos obscenos. Y justamente hoy, viendo un desagradable fuck you cerca de casa, recordé aquella ocasión en que, años atrás, me vi obligada a hacer justamente lo que tanto critico.

Un mediodía, mientras alistaba a los chicos para bajarlos al micro que los llevaría a la colonia, escuchamos el portero eléctrico. Era el ayudante del micro que nos pedía que bajáramos; se habían anticipado al horario habitual.

Claro, cuando llegamos abajo había una fila de autos tocando bocina detrás del micro. Los chicos subieron y una maleducada que manejaba el auto de atrás bajó la ventanilla para gritarme unas cuantas groserías por haberla hecho esperar.

¿Qué podía yo responderle, si ya estaban los autos en marcha? ¿Cómo podía explicarle -a ella y al resto- que la culpa no había sido mía sino que el micro se había anticipado a su horario?

Y sí, fue inevitable... mi única respuesta fue un fuck you. Creo que el único de mi vida. Pero si por una de esas casualidades usted, Señora Grosera, está leyendo este post, tenga a bien avisarme. Hubiese preferido explicárselo con palabras pero no me dio la oportunidad.