viernes, 28 de noviembre de 2014

Ya nada es lo que era



De pequeña, lo que decía el doctor era “palabra sagrada”. Con los años, y víctima de muchas desilusiones, esto fue cambiando sustancialmente.

Conservo en mi mente desafortunados diagnósticos médicos y no menos desafortunados accionares, que fueron haciendo que mi confianza en ellos fuese decayendo.

Me remonto, en primer lugar, al año en que nació mi segundo hijo. Era diciembre cuando caí con paperas contagiada por compañeritos de mi hija mayor, que iba al jardín. El bebé tenía unos cinco meses y amaneció afiebrado. Llamé a un médico de urgencia a domicilio para que lo revisara. Y cuando me vio amamantándolo con un barbijo y preguntó qué era lo que me pasaba, sin más dilación diagnóstico “el bebé tiene paperas”. No había nada que hacer más que esperar a que se curara. Obviamente, con tal diagnóstico, grande fue mi sorpresa cuando al día siguiente, su pediatra de cabecera lo revisó y encontró que tenía otitis y que necesitaba un antibiótico que aquel  médico de urgencia, en su apuro, no le había recetado.

Este mismo segundo hijo, tuvo durante su más tierna infancia, muchísimos episodios más de anginas y otitis. Tantos que el pediatra nos derivó a un reconocido neumonólogo (que dicho sea de paso, no estaba en nuestro plan de prepaga por lo que abonábamos saladamente cada visita). Para evitar tantos cuadros infecciosos, le recetó un antibiótico de toma diaria aún estando sano. Una madrugada despertó a los gritos y no había manera de calmarlo. Era bebé y todavía no hablaba, por lo que no podía explicarnos qué le pasaba. El llanto terminó cuando comenzó a salirle un líquido oscuro del oído. ¡Se le había perforado el tímpano por cursar una otitis sin fiebre (gracias al antibiótico)! Cuando volvimos a ver a “la eminencia” nos dijo que el problema radicaba en que tenía unas amígdalas muy grandes, que eran las causantes de la continua humedad de la zona y las consiguientes anginas y otitis a repetición. Que sería bueno extirparlas pero que a la vez era importante que las conservara por su alergia y las defensas. Lo miramos incrédulos sin entender qué nos estaba recomendando. “Es una decisión de ustedes”. Fue nuestra última visita a la eminencia.

Hace muy poquito, tuve una fuerte caída que provocó que se me rompiera una vértebra. A causa de eso, ahora llevo detrás una pequeña joroba y una disminución de dos o tres centímetros de mi altura previa a la caída. Cuando fui a la urgencia de la clínica el día del accidente (una muuuy reconocida clínica de Capital Federal, Barrio Norte), el traumatólogo que me atendió (y que no se dignó siquiera a levantarse de su silla) palpó mi espalda y la zona del dolor y me explicó que el mismo se debía al “cimbronazo del golpe”. Después de unas semanas, y debido a que el dolor no cedía, en otra visita me indicaron una radiografía y descubrieron mi vértebra rota. Podrán imaginar la furia cuando al acudir con los estudios a un especialista en columna, me explicó que había sido mal atendida y que si me hubieran indicado un corsé después de la caída, no cargaría con las consecuencias que ahora cargo.

Por último, quiero narrar ciertos comportamientos indignantes de los cuales me enteré en mi última visita a mi ginecólogo. Según me contó, los anestesistas tienen un sueldo mucho más elevado que los médicos. Y por tal razón, o por falta de ética o por no recordar de qué se trataba el juramento hipocrático, se dan el gusto de rechazar partos, cesáreas u operaciones, cuando éstas se llevan a cabo de madrugada. Lo mismo sucede cuando anticipan una intervención más larga que de costumbre. Claro, ¿para qué perder tiempo si se puede ganar lo mismo trabajando de día o en operaciones simples y breves? Todavía me retumba su último comentario “¿Podés creer que la semana pasada, tuvimos que llamar a 17 anestesistas antes de encontrar uno que aceptara venir a un parto de madrugada?”

Indignante... es poco.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Señales



Creo haber comentado, hace ya algunos años, que soy bastante creyente en las señales que puedan aparecerme en momentos indicados.

Meses atrás, en uno de esos días grises del alma en que había tomado una decisión necesaria pero dolorosa, acompañé a mi hijo a la ferretería porque necesitaba comprarse un candado. Que con llave no, que grande pero no mucho, que seguro pero no caro... terminó eligiendo uno con clave numérica. El empleado tomó una cajita entre... ¡cientas! y cuando lo invertimos para ver la clave, encontramos el número: 2701, día y mes del nacimiento de mi papá y, lo que es más importante, el número al que apostó toda su vida.

No había dudas, papá me estaba enviando una señal... ¿desde el más alla? Salí del negocio preguntándome qué habría querido decirme. Ahora, a algunos meses de lo sucedido y después de haberlo recapacitado, creo que sólo fue un abrazo que me mandó para consolar un poco al alma dolorida.

Gracias, pá.

jueves, 30 de octubre de 2014

Castañas de cajú



En casa somos adictos a las castañas de cajú. Hace algunos días, pasé por casualidad por uno de esos negocios (me reservo el nombre) en donde se venden alimentos naturales y dietéticos y se me ocurrió entrar a comprar. Saqué número y esperé a que me llamaran.

Todo se desarrollaba de manera tranquila y ordenada, hasta que de repente noté que las empleadas empezaban a revolotear cual mariposas y saludar insistentemente a un cliente que recién entraba. Es más, algunas incluso le decían “ya te atendemos”. Me llamó la atención porque conmigo no habían tenido el mismo trato y porque era más que evidente que después de sacar número, uno ya sabe que “ya nos atenderán”.

La sorpresa vino después, cuando la primera de las empleadas que se liberó, en lugar de seguir llamando por número, se dirigió a este muchacho recién entrando al local para atenderlo, dejando de lado a quienes esperábamos desde antes.

Sí, caía de maduro que no se trataba de un cliente común. O al menos eso fue lo que sintieron estas chicas. Era Antonio Birabent, quien en ningún momento esbozó un “no es mi turno”, “hay gente antes” o algo parecido, sino que saludó con voz afectada y amable para después seguir con “dame un cuartito de esto y medio kilo de lo otro”.

En realidad, por mi manera de ser, no me nació demostrar mi enojo verbalmente. Sentí la falta de respeto, el trato “no preferencial” hacia mi persona y sólo atiné a hacer un bollito con el número que había sacado, tirarlo en el piso del comercio y retirarme.

Digo yo... para atender un negocio, ¿no sería bueno dejar el cholulismo de lado?

domingo, 19 de octubre de 2014

Indignante



Hoy iba con el auto por la avenida Córdoba (sí, ni una callecita poco transitada ni la vereda) y pasó esquivándonos a una velocidad considerable, una moto conducida por un inconsciente que llevaba detrás a dos nenas, menores de 10 años.

Lo más indignante del tema es que estuvieron durante algunos minutos detrás de un patrullero, hasta que lo esquivaron y siguieron su ruta como si nada.

¿Para qué miércoles andan los patrulleros dando vuelta por la ciudad si no es para prevenir? ¿Qué tipo de aserrín mental puede tener ese padre para exponer a sus hijas a semejante peligro?

Sin palabras.

sábado, 18 de octubre de 2014

Sobre zancos



¡Cuánto más elegante es una mujer con zapatos de taco, finos y estilizados, que con chatitas, ojotas o sandalias bajas! Y lo digo yo, que desde mi metro setenta y seis de altura, jamás pude aprender a caminar con algo más alto que un dedo de taco. Y aún así, vivo en el piso, no específicamente por mi voluntad.

Pero el otro día salía de la casa de mi mamá, que vive al lado de un espacio de eventos super glamoroso y justo salían los que presumí, eran invitados a una fiesta ídem. Obviamente que los vestidos competían en elegancia y brillo. E indefectiblemente, todas las mujeres caminaban como pisando huevos, con el cuerpo hacia adelante y rezando llegar pronto al auto que las llevaría a sus casas. Claro, los tacos sobre los cuales intentaban caminar iban en contra de toda ley física. Creo que no sólo caminar, sino que yo ni siquiera podría ponerme de pie sobre semejantes alturas.

Y sí, son elegantes... pero sólo para las fotos.