viernes, 3 de diciembre de 2010

Lo que vale es la intención




En la madrugada del sábado pasado, mi hijo menor volvió a casa con unos amigos y un diminuto invitado: un pichoncito de torcaza que había caído del nido antes de tiempo y no sabía volar.

Lo llevaron a un veterinario y compraron todo lo que necesitaba: talquito antiparasitario, alimento desmenuzado y una jeringuita para alimentarlo. Mucho más indefenso que un bebé humano, un bebé torcaza ni siquiera abre el pico para alimentarse. Hay que abrírselo a la fuerza y meterle la jeringa con el alimento bien profundo, cada cuatro horas, como haría su mamá con la comida en su pico. En quince días, probablemente estaría preparado para volar por sí solo.

Ayer andaba muy tirado. Volvieron al veterinario y le recetó Nestum 5 cereales, porque quizás estaba débil. Les explicó que siendo tan chiquito, no se podía saber si tenía alguna enfermedad.

Hoy a la mañana no quiso comer. Y al ratito, murió. No llegó a estar una semana con nosotros, pero nos dio tristeza.

Nos quedan las fotos y dos certezas: el haber hecho lo posible para ayudarlo y la confirmación de que nada reemplaza a una mamá.

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