miércoles, 17 de noviembre de 2010
Todos contra mí
Hoy empecé el día chinchuda. Igual que lo había terminado ayer. Es que el trastornado de mi hijo menor decidió ir al colegio en bicicleta. Y no son tres cuadras, tres tranquilas cuadras. Tiene que hacer un recorrido desde Recoleta hasta Belgrano. Y para colmo de males, yo soy una idishe mame.
La cosa no termina ahí. Mientras desayunaba, leía una revista Viva del Clarín de hace un par de domingos. Elegí sólo una nota: la de Leonardo Sbaraglia. Y elegí sólo una pregunta: "A la hora de elegir, ¿cine comercial o una película de autor?" ¿Es posible que su respuesta haya sido ésta?: "Hace un mes, Leo estrenó su última película, Sin retorno, una historia que comienza en un incidente de tránsito donde muere un chico que iba en bicicleta."
¿Es comprensible que en una nota de tres carillas, mis ojos hayan decidido posarse únicamente sobre esa parte, en la mitad del reportaje?
¿Por qué el mundo se confabula en mi contra?
sábado, 13 de noviembre de 2010
Es más fuerte que yo
Amo llegar a casa y encontrar, aunque más no sea, el comedor y el living ordenaditos. Pero cada vez me cuesta más trabajo. Sucede que de un tiempo a esta parte, nuestra casa se está llenando de cosas que ya no nos sirven pero... que me dan lástima tirar.
No, el piano de la ilustración no es mío. Pero si lo fuera, sospecho que estaría ahí, en algún rinconcito de algún ambiente, esperando que alguien -que no sea yo- lo tire.
Lo que sí hay es un equipo de música de cuando era adolescente, amarrado con una cinta de embalar porque está todo destartalado, debido a que hace unos veinte años, cuando mi hija mayor aprendía a caminar, lo agarró del cable y lo tiró al piso. Nos dijeron que arreglarlo costaría más que comprar uno nuevo. Por supuesto, no lo arreglamos y compramos uno nuevo. Pero... ¿tirarlo? Me da nosequé...
También en una bolsa hay un equipo de dvd que corrió la misma suerte. No vale la pena pagar por arreglarlo. Pero me da una cosa tirarlo...
En otra bolsa hay unos doce cartuchos de tonner, vacíos, de tamaño considerable. Esos sí que eran de utilidad. Los vendía y me daban $10 por cada uno. A partir de determinado momento, empezaron a darme $5 por cada uno. El día que me quisieron dar $2, dejé de ir. Me explicaron que ya habían juntado demasiados y que no les interesaba tanto recibirlos. Pero seguí juntando cartuchos. Es que me da una lástima tirarlos...
Además hay bandejas rotas, que fueron reemplazadas al momento de romperse, pero que por lástima, fueron a parar al último estante del aparador de la cocina junto con tacitas que perdieron a su platito o viceversa, otras que perdieron el asa y algunas azucareras que se quedaron sin tapa. Todo guardadito... no sé para qué. La explicación es "algún día puede servir para algo". Pero ese día nunca llega.
Me da miedo pensar que un buen día todas estas cosas adquieran vida y terminen echándonos de casa, sin sentir ningún remordimiento. Espero decidirme a tirar todo antes de que eso suceda.
jueves, 11 de noviembre de 2010
¿Qué será de él?
Hoy, cuando bajé a la estación Pueyrredón del subte D para viajar rumbo a la oficina, vi a un señor mayor que tenía un equipo de música sobre sus piernas y un vasito en su mano, pidiendo monedas. Lo único que hacía era elegir la música que salía del aparato, sin demasiados méritos. Y me hizo acordar a otro señor mayor, que conocimos con mi primogénita Flor, allá lejos y hace tiempo, en una estación del subte B.
Él sí tenía méritos propios. Cantaba tangos y se acompañaba con un bandoneón. Lo conocimos cuando Flor estaba en 7º grado y dos veces por semana la acompañaba a un curso para preparar su ingreso al Pellegrini. El profesor que daba el curso se llamaba Giménez y nos daba gracia que "el señor del bandonéon" fuese tan parecido a él.
De tanto verlo cantar, cada vez que pasábamos empezamos a dejarle una moneda (en aquel entonces no escaseaban tanto) no tanto porque nos gustara cómo cantaba, sino más bien porque se había transformado en una especie de cábala. Pensábamos que dejarle una moneda al "clon de Giménez", le iría augurando éxito en los distintos exámenes que rendía.
Menos mal que se mantuvo ahí, siempre firme, hasta que dejamos de ir. Y sí, a Flor le fue bien. Seguramente porque se mató estudiando y no por las dos moneditas semanales. Pero a veces ese tipo de cábalas nos dan cierta seguridad, útil, frente a determinadas situaciones.
¿Seguirá ahí?
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