viernes, 24 de septiembre de 2010

Estamos rodeados...


... de truchos.

Desde hace algunas semanas, mi hijo menor está tomando clases de manejo en una histórica academia con nombre de varón. La elegimos entre tantas otras porque nos inspiró confianza y el precio era razonable, comparándolo incluso con otras escuelas no tan conocidas.

La amable señora que me atendió telefónicamente me contó las bondades del curso y me explicó que por ese precio tendría seis clases prácticas y seis teóricas y que al mismo precio ofrecen alguna clase extra si ven que el alumno no está 10 puntos para rendir. Me llamó la atención que al mismo precio nos brindaran el beneficio de más clases prácticas, por eso se lo volví a preguntar y me lo volvió a aclarar.

Hoy era la última clase práctica. Cosa extraña, dejaron para lo último (y para aprender en una sola clase) el tema "estacionamiento y marcha atrás". Obviamente una clase no fue suficiente. Por eso, Matu vino con la novedad de que tendría una nueva última clase la semana próxima... ¡paga! Cuando llamé para reclamar me informaron que "al hablarme de la repetición de una clase no se refería a una clase extra sino a volver a repetirle al alumno los conocimientos prácticos impartidos dentro del auto en una clase, pero en la oficina, al regresar de tomar la clase de manejo". Moraleja: el curso termina saliendo más caro que en cualquier otro lado.

Mientras hoy caminaba con mi amiga Norma y le comentaba esto con la furia del momento, me recordó que a ella le había pasado algo similar, en otro ámbito. El año que viene su benjamina cumple los 15 y ya estuvieron visitando salones para decidir dónde festejarlo. Cuando ya tenían todo resuelto, el salón elegido, la homenajeada entusiasmada y los número hechos, fueron a dejar la seña, y en ese momento les informaron que el presupuesto no incluía cosas importantes como la recepcionista y la organizadora del evento. Eso era un extra que tenían que abonar. De ahí les surgió la duda "¿habrá que pagar también aparte el guardarropas, los mozos, el uso del aire acondicionado, de los baños..."

Norma, la próxima vez que llamemos a algún lugar para consultar por un presupuesto, tenemos que controlar antes nuestro peinado y maquillaje, porque a nosotras aún por teléfono... nos ven la cara...

Más sorda que una vaca


La frase del título tiene su razón de ser. Simpática. No así este post. Pero tomémoslo por el lado del humor.

Hace años, un amigo me contaba que siendo chico viajaba en auto con su familia y como le había comentado algo a su hermana y ella no lo escuchó, él le dijo "Sos más sorda que una tapia" a lo que ella respondió "Si las vacas no oyen..."

Dejando la broma de lado, este post viene por el lado de la inseguridad. En el día de la primavera, le robaron el celular a mi hijo, mientras estaba en una plaza pasándola bien con unos amigos. Los delincuentes los obligaron a sentarse para que parecieran todos conocidos y se alzaron con un buen botín. Hasta ahí la crónica policial.

Y ahora, lo ¿gracioso? de la anécdota. Mi marido tiene un primo que enseña tenis viajando por el mundo. Hace unos días llamó a su madre y le comentó -preocupado- que se había enterado del robo y de lo violento que había sido: los tiraron boca abajo sobre el césped de una plaza y los amenazaron con armas y cuchillos a plena luz del día y en medio del resto de la gente que pasaba el día ahí.

¿Cómo puede una noticia distosionarse tanto en un viaje desde Argentina hasta México? ¿Problemas de audición? ¿El viejo teléfono descompuesto? La técnica del rumor? ¿Ruidos en la línea?

En fin, una curiosidad simpática para comentar el no tan simpático episodio.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Yo propongo


De vez en cuando me gusta hacer tortas. Y más especialmente, cuando alguien de la familia cumple años.

Mi especialidad es la torta mouse de chocolate que me enseñó a hacer mi mamá. Ella dice que me sale más rica que a ella. Y por eso, desde hace un tiempo, soy la encargada de hacerla para las reuniones familiares.

La torta (para quien así lo desee, algún día puedo publicar la receta) lleva sólo dos cucharadas de harina leudante. El tiempo pasa, los cumpleaños no son tan seguidos (o no somos tantos de familia) y la harina leudante, que no tiene mucho tiempo desde que se la compra hasta que vence, termina en la basura antes de que el paquete se vacíe.

Y bien, ahora que, para que a la vista del consumidor las cosas no resulten tan caras, los productos en general (jabones, galletitas, papeles higiénicos, etc.) achican sus paquetes para no aumentar sus precios, yo propongo que la harina leudante venga con la opción de paquete chico, cosa que sirva para usar sólo una o dos veces.

No es mala idea, ¿no Sr. Molinos Río de la Plata?