¿Cómo empezó todo? Mi memoria se remonta a mis 7 años, cuando la profesora de gimnasia nos hacía caminar sobre una barra delgada de madera y yo lloraba porque no podía hacerlo sin una mano que me ayudara.
También debería agregar caídas históricas desde mi más lejana niñez: a eso de los 7 años rodé por las escaleras del edificio donde vivíamos en un primer piso, miles de caídas en la calle ya de adulta (tanto es así que un tío me decía “la torpe” porque compartíamos vacaciones en la playa y siempre estaba con cascaritas en las rodillas), dos veces caí de cara y me tuvieron que coser, otra de espaldas y además de coserme la cabeza se me rompió una vértebra, otra vez, una costilla y una última vez, desgarro de tendón en la ingle con moretón tamaño berenjena e imposibilidad para caminar. ¿Tal vez todo eso me haya generado algún miedo?
Pasó el tiempo y, ya adulta, me di cuenta de que había dificultades en mí que no las tenía el común de la gente. No podía subir ni bajar escaleras que no tuvieran baranda, como por ejemplo en un cine o en un escenario. Pero siempre tuve a alguien al lado de quien agarrarme.
Lo más grave vino después. En medio de la pandemia, y en medio del encierro, sentí que me faltaba el aire. No podía llenar mis pulmones y, siendo asmática, no resultaba ninguno de los medicamentos habituales. Una amiga médica me dijo “Esto no es asma, amiga. Es angustia.” Me recetó clonazepam y después de unos días, volví a respirar bien (Gracias Eli).
El esfuerzo para llenar mis pulmones hizo que me doliera el pecho. Y preocupada pedí un turno con mi cardióloga, a pocas cuadras de casa. Ése fue el día en que realmente comenzó todo. Poco antes de llegar, en una esquina esperando que el semáforo me diera paso, mis piernas se detuvieron y no pude bajar por la bajada del cordón. No entendía lo que pasaba, pero dí marcha atrás, tomé envión y terminé cruzando.
A partir de ese momento, las bajadas de cordón para cruzar las calles se volvieron un impedimento para mí. Hice terapia y fui resolviéndolo de a poco, pero no del todo. Se ve que algo había quedado latente.
Y en el momento menos pensado, frente a una ridícula situación de estress, ese temor retornó. Y multiplicado. Llego a las esquinas y mis piernas se detienen. No sucede lo mismo si voy al lado de alguien. Según mi médica amiga, ese alguien es mi “objeto contrafóbico” con quien bajo tranquilamente aún sin tomarme de su mano (Gracias otra vez, Eli).
Al impedimento se suma la angustia. Esta semana caminé más de diez cuadras para practicar y llegar a mi clase de gimnasia... y llegué llorando y caminando por al lado de los autos para no subir a las veredas.
A partir de ese día, todas las tardes salgo a caminar con mi marido, que se transformó también en “objeto contrafóbico” para practicar y alejar miedos y angustias. El primer día, llorando. Ahora ya no (Gracias Miguel).
Todos me dicen lo mismo, “si ya lo solucionaste, vas a volver a hacerlo”. Pero veo a la gente caminar por la calle como si nada y no puedo creer que me esté sucediendo esto. Siento que debo ser la única persona en el mundo que esté pasando por una ridiculez así. A tal punto que antes de ir a algún lugar, en taxi obviamente, tengo que pensar primero si se puede estacionar de la mano donde voy y mirar, en caso contrario, si estacionan autos del lado de enfrente, para poder tomarme de ellos y subir a la vereda.
Desde ayer medicada nuevamente con clonazepam, que me dicen que es el medicamento ideal para angustias, miedos y fobias. Y desde ayer, esperando el día en que vuelva a ser normal.