Volvíamos con mi marido de nuestro primer viaje a Europa. El recorrido había sido Buenos Aires - Londres- París - Madrid -Buenos Aires.
Antes de abordar el vuelo de Iberia que nos traería de regreso, al pasar nuestro equipaje de mano por la cinta, nos avisan que no podremos subir al avión porque en mi cartera había un clavo. ¡Obvio, mi clavo de la suerte! El que me acompaña desde hace añares, medio doblado, largo, un poco oxidado, bastante grande.
“Para que te de suerte tenés que encontrarlo en la calle, de ser posible en una obra en construcción”me habían dicho. Y yo cumplí, como no podía ser de otra manera.
En fin... los señores de seguridad de Iberia se la agarraron con mi clavo de la suerte. El mismo que me había acompañado en los vuelos al viejo continente, ahora no lo dejaban regresar... Lo terminamos despachando, dentro de una mochila, para que no fuese peligroso dentro del avión.
Grande fue mi sorpresa cuando, en medio del vuelo, llegó el almuerzo...¡con cubiertos de metal! Definitivamente, algo no está funcionando bien.