Dentro de la larga lista de cosas
que me perturban de los demás (sí, también hay una larga lista de cosas que me
perturban de mí misma, pero ese no es el tema de hoy) creo que una de las que
aparecen primeras es la gente que trabaja sin alegría, de malhumor, enojada.
Recién
termino de hablar por teléfono con una compañera de trabajo (de las que en vez
de atender con un amable “hola” responden con un ladrido, con el perdón de los
perros) y, ante una propuesta mía que intentaba mejorar algo que veníamos
haciendo quizás no del todo bien, recibí un “yo ni loca, demasiado trabajo.”
Reconozco
que tengo la dicha de, aún sin ganar demasiado, hacer lo que me gusta. Pero no
siempre fue así. Lo que sí se mantuvo siempre en mí fue la alegría para
trabajar. Me gusta trabajar. Me llena de optimismo, me da alegría. Me siento
viva, útil, sana.
El poeta
Jorge Manrique decía “El trabajo tiene, entre otras virtudes, la de acortar los
días y alargar la vida.”
Eso lo
demostró Winston Churchill, por
ejemplo, quien siendo un político tan importante, bebía en exceso, fumaba
demasiado, no realizaba ningún tipo de ejercicio físico, comía lo que se le
antojaba y vivió hasta los 91 años. ¿Cómo lo hizo? Trabajaba con alegría,
disfrutaba de su trabajo.
El
trabajar con alegría nos beneficia a nosotros mismos y contagia al que está
cerca. ¿Qué tal si nos proponemos vivir más y mejor, maquillándonos cada mañana
con una sonrisa?